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El indignado burgués

Parásitos

De entre todas las cosas del mundo que me importan un comino, las tribulaciones de una familia pobre de Corea del Sur están seguro en los primeros lugares y muy cerca en la clasificación, el cine de países exóticos. Con esos antecedentes y teniendo en cuenta que los dramones lacrimógenos y los escenarios de miseria andan también en el top 20 de cosas que no me interesan para nada, comprenderán que no había visto «Parásitos».

Manejo una teoría personal que a veces se cumple y a veces no: cuando algo es aclamado universalmente, estoy seguro de que no me va a gustar. De hecho me he resistido como gato panza arriba a ver y leer obras que luego he aplaudido, solo por pensar que lo que gusta a mucha gente no puede gustarme a mí que soy pelín rarito.

Tenía que haber tomado el ejemplo de la tortilla de patatas, la ensaladilla rusa y las croquetas de jamón, que gustan a cualquier bípedo y a mí también me vuelven charamita, lo que demuestra que hay gustos universales y de los primates para abajo muchos los compartimos.

«Parásitos» me la recomendó una amiga nada sospechosa de que le gusten ni las miserias ni las cosas raritas y, sorprendentemente, me ha encantado. La cuestión es que no me atrae por su exotismo, sino porque los personajes están tan perfectamente dibujados y la trama es tan global que podría trasladarse sin que perdiera nada a Manhattan o a la Playa de San Juan. Da igual que el padre protagonista tenga los ojos rasgados y facciones asiáticas, que a ese tío yo le conozco y he visto cómo actúa habitualmente. Vaya, no les voy a destripar la película, pero les recomiendo encarecidamente que no sean como yo y la busquen por ahí, porque merece la pena.

No soy por principio nada partidario de la globalización. Me parece un cuento chino con el que nos han embaucado con baratijas de colores para tenernos atados cual anillo de poder de «El Señor de los Anillos». Y es que, además, es una falacia: bastarían dos días sin internet para que todos los planes de quedarnos aislados en casita saltaran por los aires y nos lanzáramos a por las conservas del vecino.

En los tiempos anteriores al mundo global las pestes correrían por el mundo como los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero la contención y el cierre de fronteras sería más fácil. La parte mala es que cada país se hubiese quedado con sus remedios y que compartir la información fuera delito.

Es verdad que en esto la globalización tiene ventajas, pero nos han hecho tan «redependientes», que yo estoy nervioso cada vez que se me cuelga la red durante uno o dos minutos y convencido de que si tenemos estas ventanas al exterior es más sencillo que nos confinemos.

Con todos los canales de series, de música, de películas y de libros tenemos para rato; si podemos comprar alguna cosita por internet y tal, no todo está perdido. Cuidense y tengan cabeza que la cosa está que arde.

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