El coronavirus ya nos tiene confinados más de diez días. Es la manera que tenemos, los no necesarios en esta lucha, de aportar nuestro granito de arena para acabar con esta pandemia. Durante esta primera semana, comunicados con el exterior por redes sociales, radio y por televisión, hemos oído y visto de todo o de casi todo. De todo, yo me quedo con esto que también dicen:

Dicen que nuestro obligado encierro ha permitido a nuestro planeta Tierra tomarse un descanso en su precipitada y provocada carrera hacia el amenazante cambio climático.

Dicen que el confinamiento de miles de personas en sus hogares por causa de un organismo minúsculo ha servido para que tomemos conciencia del mundo en que vivimos, de la sociedad que hemos creado y de nuestra forma de vida.

Dicen que, por primera vez, desde la segunda guerra mundial, los pobladores europeos de nuevo se han sentido vulnerables. El miedo ha invadido muchos corazones ante el acecho de una catástrofe humanitaria. El abandono de hogares, el desplazamiento forzoso, el tener que abandonar nuestro país huyendo de una muerte segura, han sido estampas que han rondado por muchas mentes.

Dicen que el encierro al que nos tiene sometidos el virus ha despertado nuestro lado más amable, más solidario, más humano; lado que por otro lado lo teníamos bastante olvidado.

Dicen que el hecho de que ahora seamos nosotros los receptores de la generosidad y del altruismo de otros países, de otras razas, de personas muy diferentes a nosotros, esta consiguiendo que la empatía y quijotismo vuelvan a tener un protagonismo en nuestros corazones.

Dicen que hemos sentido vergüenza ajena ante esos carros saliendo de los supermercados llenos a reventar de alimentos. Lo describen como la mejor foto para definir el egoísmo del ser humano.

Dicen que los países más ricos del mundo y sus ciudadanos están tomando notas y que habrá un antes y un después de la crisis social y económica producida por el coronavirus conocido como Covid-19.

Nos queda una veintena de días de estar en casa. Yo seguiré escogiendo las noticias más esperanzadoras, los hechos que más me aporten para soñar con un mejor futuro. Con este tipo de información, con estos mimbres no se puede hacer más que un cesto, un cesto que con tres semanas por delante no tendré problema para llenarlo con imágenes, con sueños y con anhelos llenos de esperanza.

Imaginemos que después de la crisis del coronavirus somos conscientes de que no necesitamos más de lo que tenemos.

Imaginemos lo que sería volver a disfrutar de lluvias generosas y de veranos tórridos frente al mar sin pensar por un momento que detrás está el abismo del cambio climático.

Imaginemos que los valores como la generosidad, el altruismo y la bondad se van imponiendo poco a poco al egoísmo, a la envidia y a la maldad.

Imaginemos que se pone de moda el compartir. Que países, hombres y mujeres ricos son aplaudidos y le son reconocidas sus capacidades de compartir su capital humano, su capital tecnológico o su capital económico con terceros países o con otros humanos más necesitados. Habría que crear el Nobel a la generosidad.

Imaginemos que de una vez por todas nos preocupamos más por reparar esa gran barcaza que es nuestro planeta Tierra, que de nuestros propios intereses personales.

Imaginemos que después del paso del coronavirus las sociedades sean conscientes de las maldades del capitalismo como motor de las sociedades. Igual somos capaces de crear un modelo de sociedad donde predomine el capital humano sobre el capital monetario.

No sé vosotros, pero mientras pasa la tormenta, yo prefiero soñar y soñar en positivo. Soñar en que vamos a tomar buena nota de lo que está ocurriendo, que aprendamos de nuestros errores por un futuro donde el consumismo, el egoísmo y el ombliguismo de los seres humanos sean motivo para avergonzarnos. El soñar no me hace olvidarme de aquellos en cuyas manos están la salud y el bienestar de mi familia, la de mis amigos, la de mis vecinos y la mía propia. Sueño y duermo tranquilo porque sé que médicos, enfermeros, personal de limpieza, policías y fuerzas del estado, transportistas, personal de los supermercados, farmacéuticos y otros de los que, seguro que me olvido, vigilan para que mis hijos puedan reanudar sus vidas lo más pronto posible. Mientras amaina el temporal, como sociedad civil, hago lo único que puedo hacer junto a mi familia, quedarme en casa. Ojalá este virus malo nos haga mejores personas, más humanos.