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Opinión

Pere Rostoll

Ya no se puede dudar

El avance del virus va marcando nuevos obstáculos que ponen a prueba cada día a los gestores públicos que deben lidiar con la crisis más grave de la etapa democratica. Hoy mismo se reúne el pleno del Congreso de los Diputados para la renovación por otros quince días del estado de alarma. Y por los datos que se manejan en Madrid y València es muy probable que no sea la última. Pero el debate parlamentario, por encima del voto de cada grupo, dejará sobre la mesa uno de los grandes interrogantes a resolver en las próximas horas: aplicar una restricción todavía más dura de las actividades que no son esenciales. Aún hay demasiados focos de contagio en las calles. Y Pedro Sánchez tiene dudas sobre una resolución que se le va a presentar de golpe y sin margen. Como casi todo en esta alerta.

La vicepresidenta Nadia Calviño, instalada en las viejas esencias económicas de Bruselas, rechaza generar un parón todavía mayor del que ya estamos sufriendo, en la línea que también piden los empresarios. Mucho riesgo. Encerrarse en esa postura puede provocar que el remedio que hemos recetado por ahora contra el virus acabe alargando más el tiempo de la enfermedad. Empieza a existir un consenso más o menos generalizado entre un núcleo amplio del Gobierno -incluyendo los ministros de Podemos- y parte de los ejecutivos autonómicos, con colores políticos diferentes y entre ellos la Generalitat Valenciana, sobre la necesidad de ejecutar ya esas medidas más drásticas y estrictas sobre los movimientos. Es la única vía para frenar el contagio, como se ha demostrado en China.

El jefe del Consell, Ximo Puig, como explicitó ayer en Televisión Española, quiere alejar el conflicto territorial de una crisis en la que ahora mismo da prioridad a la sanidad -la atención a contagiados y los graves problemas de suministro en hospitales son el caballo de batalla- y a la unidad de acción. Por eso espera que el Gobierno tome una decisión para toda España que, si fuera por Puig, igual ya se habría decretado. La pelota está en el tejado de Pedro Sánchez. Y ya no puede dudar.

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