Cuando no podemos habitar el espacio "público" las diferencias se intensifican. También se intensifican las consecuencias de ciertas decisiones relativas a la familia o las características de la vivienda -en la medida en que cada uno ha podido elegir y a menudo no pudiendo hacerlo. Cuando es posible salir, "el adentro" no determina todo lo accesible, todo lo posible. La playa extiende el mar y lo entrega a quien no tiene una casa en primera línea. La plaza y la biblioteca ofrecen un salón mejor, más amplio, un espacio más variable que el del habitáculo donde dormimos y comemos a veces. Hoy, encerradas en una cocina-salóncomedor, el espacio de la "realidad" se estrecha. Nos encontramos de pronto confinadas en un sitio que se supone que es el nuestro, pero con el que no necesariamente nos identificamos. Un espacio que era una parte de un todo más amplio que sostenía la calidad de nuestra vida. Nos sorprendemos encerradas en los límites de la propiedad privada. De la que podemos poseer o alquilar. Es el regreso conservador a lo que se tiene. Al territorio de cada uno que se explícita en tiempos de alarma. Todos han de quedarse en casa, es el principio compartido pero; ¿en qué casa? ¿hay casa? ¿y con quién? ¿Con qué fantasean los cuerpos encerrados en un espacio de treinta metros cuadrados sin ventanas por las que entre directamente el sol? ¿Y los cuerpos que extienden su casa al afuera de la terraza o el campo? Cada cual imagina cómo crece el horizonte, la línea imaginaria, el límite de su mirada. Pero algunas posturas corporales, recluidas en el espacio de sus posibles, son más cómodas que otras. Es posible que por eso estos días la imaginación se intensifique. ¿Cuáles son nuestras expectativas, nuestras fantasías? En el mejor de los casos, en el caso de que la angustia por la pérdida del trabajo o la incertidumbre laboral no ocupe todos nuestros pensamientos: ¿en qué imaginamos se puede traducir el hecho de "tener tiempo para nosotras"? Algunas desplegaremos una imaginación optimista y la realidad nos desconcertará: ¿esperábamos conversaciones mejores, tiempo para amarnos? ¿pensábamos que éramos capaces de amarnos y que solo faltaba tiempo? Quizás haya tiempo ahora, pero no sepamos cómo hacerlo, cómo sacar adelante las palabras y los gestos para que se conviertan en las palabras y los gestos del amor. Por ejemplo: ¿cuál es el recorrido para iniciar una escena apasionada? Algunos recordaremos remotamente cuando ocurría sin dificultad, se daba sin más, era simple. Había una urgencia de los cuerpos. Pero aquí, encerrados, ahora alguien ha de iniciar una escena que tal vez se parezca más a la torpeza de una extraña película fallida. Estos días existirá quizás una expectación, una frase acallada, una espera muda que nunca pronuncia su deseo, pero que sí pronunciará su frustración. Tal vez no directamente, pero sí a través de otras cosas: recriminaremos fallos menores como si fueran grandes ofensas, afectará a nuestra autoestima, a la forma de entender nuestras relaciones. La pareja no nos desea y los hijos no nos aman dulcemente. ¿Por qué? Ahora que tenemos tiempo€ Nos han dicho que solo es tiempo lo que nos falta. Pero a fuerza de faltarnos tiempo también nos falta práctica para llegar a aquellas cosas que sin embargo demandamos en la vida. Las imágenes que consumimos a diario median nuestra forma de interpretar las relaciones, sí, esto no es una novedad, marcan las expectativas, el "éxito" o el "fracaso". Pero porque las imágenes hoy no solo representan, sino que también venden, éstas están cargadas de vitalidad, de pasión, se convierten a menudo en versiones acentuadas de una idea de juventud que se impone como actitud única. La única deseable. Capacidad, juventud, ligereza. El deseo ha de ser apasionado, el amor joven. ¿Con qué fantaseamos cuando estamos confinadas? Con ser visibles para las personas con las que compartimos espacio. Captar sin esfuerzo su atención, su afecto, su deseo. Si estoy frente a ti, si nada más está frente a ti ¿cómo puedes no verme? Nuestra excusa para explicar el hecho de que a penas nos cuidamos, de que no somos tan sensibles a la necesidad del otro, era la falta de tiempo, la falta de espacio, de contexto. ¿Cómo podremos justificar ahora la experiencia del cuerpo abandonado, no reconocido? ¿Y la falta de deseo hacia la presencia del otro? La imaginación optimista tal vez busque un nuevo culpable, "la ansiedad por la incertidumbre" "la pérdida del espacio personal". Pero aún así fantaseamos versiones mejores, versiones cinematográficas nos susurran los escenarios del amor ideal al oído. Algunas nos hemos quedado recluidas solas y fantaseamos con que, si otra persona estuviera, sin tan solo otra persona estuviera€ entonces sería hermoso. El espacio se estrecha, la fantasía proyecta sus películas en las paredes del cuarto. ¿Estamos preparadas?