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Joaquín Rábago

Estado de excepción planetario

Estamos sometidos por la acción conjunta de gobiernos y de medios a un estado de pánico colectivo, a lo que el conocido filósofo italiano Giorgio Agamben califica de de "estado de excepción planetario", al que es imposible sustraerse.

Resulta difícil para los legos, e incluso, por lo que vemos, también para muchos expertos, hacer una valoración real de la eficacia de las medidas que están adoptando los gobiernos para intentar frenar la pandemia del coronavirus o al menos moderar su impacto entre la población.

Hay gobiernos como el holandés o el británico que adoptaron en un primer momento una actitud más laxa: parecía que quisieran que todo el mundo acabara contagiándose de modo que se desarrollase la llamada "inmunidad de grupo".

Parece en cualquier caso una respuesta arriesgada. Hay quien podría pensar maliciosamente en la teoría evolutiva de "la supervivencia del más apto".

Pero no pensemos mal: tal vez se trate sólo de un ejemplo más de la conocida flema británica. Los ciudadanos del otro lado del canal de la Mancha no se amedrentaron en su día frente a a Hitler y no van a hacerlo ahora ante un maldito virus.

Hay quienes, por el contrario, parecen relativizar la amenaza sanitaria a que nos enfrentamos, como hace el filósofo italiano Giorgio Agamben, cuando asocia la "guerra" contra el virus a la lucha antiterrorista, utilizada por algunos gobiernos como pretexto para controlar mejor a los ciudadanos.

"Hay una tendencia creciente a recurrir al estado de excepción como paradigma normal de gobierno", escribe Agamben en "Il Manifesto", y habla de la "militarización" de los bienes y espacios comunes, con la prohibición de acceso a los mismos, por algunos gobiernos.

La policía e incluso unidades del Ejército patrullan en efecto nuestras calles e impiden a la gente salir de sus casas si no es para ir a por comida o medicinas. Incluso pasear al perro resulta cada vez más difícil, por lo que escuchamos.

No se permite siquiera que dos personas vayan juntas a no ser que una de ellas necesite ayuda, que habrá que justificar debidamente. Se trata en efecto de un estado de excepción al mismo tiempo individual y planetario.

No se puede en las actuales circunstancias evitar pensar a veces en los teóricos del control social, sobre todo en la obra de Michel Foucault, el filósofo francés que estudió los discursos y las prácticas en las modernas sociedades de control.

No quisiera sonar a paranoico; estoy, como todo el mundo, deseando que esto acabe. Será sólo cuando podremos ver si algún gobierno aprovecha el estado de pánico creado para, como sucede en China y otros países, vigilar cada vez más los movimientos y recortar las libertades de los ciudadanos.

Éste no es el momento. Seamos en cualquier caso responsables y sigamos las instrucciones de las autoridades puesto que nos va en ello no sólo nuestra salud individual sino la de todos, pero estemos siempre alerta para que los sacrificios que hoy con toda justificación se nos imponen hoy no acaben convirtiéndose un día en la nueva normalidad.

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