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Semana y media

Sensatez o ignorancia

LunesAserejé

Me siento como si comenzara a escribir otro diario del año de la peste ambientado en una farmacia donde sólo quedan cremas bronceadoras. Ayer se izaron los puentes, los rastrillos cayeron y cincuenta millones de vasallos nos encastillamos tras una frágil muralla de mascarillas, guantes y gel antiséptico. En este escenario fantasmal, recuerdo algunas proezas protagonizadas por nuestros paladines durante los días previos a la publicación del Apocalipsis en el BOE. Pienso en las manifestaciones que el Gobierno autorizó contra la recomendación de las agencias internacionales, o en un vicepresidente en cuarentena que se presenta en el Consejo de Ministros, o en el líder de un partido con los bacilos bien puestos para celebrar saraos en Vistalegre que presume de que sus anticuerpos españoles derrotarán al virus chino, qué cosas, ahora las células tienen nacionalidad, o ante todo en la ágil cronología que ha desembocado en el estado de alarma: se insinuó el jueves, al día siguiente se anunció que sería declarado el sábado, el sábado que comenzaría el lunes y el domingo que ya estaba en vigor. Obviamente, tantos prolegómenos dieron tiempo a que los madrileños huyesen al extrarradio peninsular con su cargamento de bichitos. Portentoso.

MartesFolclore vírico

Estaba maravillándome de mi vecina del balcón de enfrente, una animosa señora que se había asomado a aplaudir en un gesto de fortaleza desafiante contra la pandemia. Digo que me maravillaba porque era la misma señora que esta mañana había comprado 40 euros de hortalizas, un estimable huerto, donde el paquistaní de la esquina eligiendo mimosamente cada tomate con sus manos desnudas. En estas primeras setenta y dos horas de alarma, he constatado que aquí sólo usan guantes, morados naturalmente, las ministras cuando deben sujetar una pancarta. La actitud con que el resto de bípedos nacionales afrontamos la calamidad no es muy distinta de la que exhibimos ante un sorteo de lotería («siempre le toca a los demás»), aunque supongo que irá endureciéndose en cuanto proliferen los contagios y asumamos que una higiénica prudencia es más efectiva que los autos de fe diarios a las ocho en punto. En España carecemos de una cultura «supervivencialista», el movimiento que se prepara activamente para resistir futuras catástrofes y está atravesando comprensiblemente su momento de gloria en Estados Unidos. Los supervivencialistas viven en estado de alerta permanente; nosotros en estado permanente de «ya escampará».

MiércolesPequeñeces

A Urkullu y Torra parece haberles molestado que el Gobierno les ordenara formar en el patio junto al resto de presidentes autonómicos a la espera de órdenes. Una dosis nada exagerada de sensatez aconseja centralizar las tareas de emergencia para facilitar la coordinación y eficacia de las medidas, pero una dosis mínima de sensatez es inalcanzable para ambos por motivos distintos: Urkullu está hecho a su papel de jefe de estado de un país virtualmente soberano y ahora se ha topado con la excepcionalidad; en cuanto a Torra, protestaría por la llegada de la UME aunque estallara un artefacto nuclear en el Tibidabo. La mezquindad liliputiense de la política española se despliega en toda su plenitud cuando incorpora el ingrediente del aldeanismo. El subsecretario de empleo de Ximo Puig escribió un tuit hace unos días en el que relacionaba el foco de coronavirus en Madrid con sus privilegios económicos. No sé si quería decir que, como Madrid absorbe una dosis excesiva de actividad, habría bastado sellarlo para que no se extendiera la epidemia o que lo justo sería que los focos se distribuyesen solidariamente.

JuevesEn la hora más difícil

Me equivoqué la semana pasada cuando escribí que un pleno del Congreso sería inútil en la situación actual. Ayer, veintiocho diputados, cinco ministros y un retén de servicios mínimos de funcionarios representaron al menos una escena severa de templanza institucional y cohesión política, a la que contribuyó generosamente la oposición ante la ausencia de los socios del Gobierno. Reparen en el absurdo insalvable que apuntala el banco azul cuando deben ser Casado y Abascal quienes ofrecen apoyo entre suaves recriminaciones y no la marabunta de golpistas, señoritos de Bilbao y proetarras no arrepentidos que invistió a Sánchez. El pretexto para ignorar la convocatoria fue el riesgo de contagio, algo delicioso teniendo en cuenta que el vicepresidente de Torra, lógicamente apellidado Aragonés, siguió trabajando en su despacho tras haber contraído la enfermedad. Sánchez no podía anunciar el principio del fin de la pesadilla, todavía lejano, y situó su esperanza en que tal vez nos hallemos cerca del final del principio. El juego de palabras no es mío, sino de quien anunció «sangre, sudor y lágrimas» en circunstancias más terribles. Pero resulta apropiado al cuadro clínico.

ViernesViento del este

«Los países de nuestro entorno» es un latiguillo que suele usarse para compararnos desfavorablemente con nuestros vecinos. Si los españoles comemos un pollo al mes, «los países de nuestro entorno»comen dos; si España dedica un 0´1% del PIB a la promoción de los bailes regionales, en «los países de nuestro entorno» es asignatura obligatoria en los colegios. El Covid-19 ha desarticulado una lista tan inagotable como mortificante: «los países de nuestro entorno» han actuado con la misma indolencia y falta de previsión que nosotros. Miguel Hernán, un epidemiólogo insultantemente joven de Harvard, señala la paradoja de que Oriente ha dado una lección a Occidente, trastocando la evidencia de que la historia moderna de la humanidad es la de una civilización, la occidental, que se impone a las restantes. Frente a la fulminante reacción de chinos, coreanos y japoneses, Europa y Estados Unidos difundieron el mantra de «mantener la calma» que en realidad implicaba negar el peligro y pecar de apatía. El resultado puede comprobarse en el mapamundi de las zonas afectadas.

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