El arrogante John Milton dijo que Inglaterra estaba dispuesta a enseñar cómo vivir al resto de las naciones. Por supuesto a la dulce Francia, la bella Italia y la romántica España. Ese empeño en distinguirse haciendo precisamente lo contrario de lo que el continente considera oportuno es un rasgo profundo que define la insularidad y, por más señas, al estrambótico premier Boris Johnson. Siendo biógrafo de Churchill, Johnson ha querido, probablemente desde que tiene uso de razón, emularlo. No es el primer caso ni será el último de la relación íntima que surge entre los personajes y algunos autores que los perfilan o interpretan de una u otra manera. En este caso, naturalmente, no hay clon para tan alta misión. Donald Trump advirtió a los estadounidenses que están siendo atacados por el enemigo invisible de un virus asesino. Johnson, después de remolonear un rato, se ha declarado primer ministro de la guerra vírica intentando imitar al tercer hijo del séptimo duque de Marlborough en la Segunda Guerra Mundial. Ante tanto lenguaje marcial, la pregunta que empieza a surgir en el Reino Unido es ¿si estamos en guerra, por qué utilizamos un tirachinas para defendernos? Es lo más concluyente que se puede extraer de una lectura de los periódicos del otro lado del Canal. China informó el pasado enero que el número de muertes aumentaba rápidamente a medida que el virus se propagaba. Instó a la comunidad global a protegerse extremando las medidas y con una vigilancia cuidadosa en vista del potencial pandémico de la amenaza. Richard Horton, editor de The Lancet, la prestigiosa publicación médica, escribió estos días en The Guardian que la advertencia fue recibida con complacencia en el Reino Unido, donde por razones que se desconocen los especialistas en materia de salud observaron y esperaron. Los científicos que aconsejaban a los ministros parecían creer que el coronavirus podría tratarse de la misma manera que la gripe y que cualquier «epidemia controlada», generando una «inmunidad colectiva» que ayudaría a proteger a los más vulnerables contra la infección. Este escenario requería que más del 60 por ciento de la población contrajese el virus para posteriormente llevar a cabo un plan de choque con la vacuna adecuada. Pero la estrategia del Gobierno cambió dramáticamente el lunes cuando el primer ministro anunció que el Imperial College de Londres aseguraba que se necesitaban medidas más draconianas para reducir la cifra estimada de muertes de 260.000 a aproximadamente 20.000. Sin esas medidas, que han transformado la sociedad europea en un coro oculto tras las bambalinas de un escenario urbano devastado por la soledad, el Servicio Nacional de Salud entraría en colapso, lo que llevaría a la situación que ha provocado la brutal cifra de muertos en Italia. Horton asegura que las autoridades han hecho muy poco y demasiado tarde. El resultado es que en las veinticuatro horas transcurridas del martes a ayer se registraron 680 nuevos casos por contagio del coronavirus. Las escuelas cerrarán a partir de mañana en Inglaterra, Escocia y Gales. Londres, más tarde que pronto, acabará convertida en una ciudad fantasmal como otras del continente que circula por la derecha. El Lord de la Guerra decía aún hace nada que no había razones para prohibir la celebración de los partidos de fútbol, y el Arsenal ya está en cuarentena después de que el virus se colase en el vestuario de los gunners. Ahora anuncia en los Comunes el aumento de 25.000 pruebas del coronavirus más, por día, porque detectar las infecciones es una absoluta prioridad. Los analistas, a su vez, ven insuficiente el paquete de medidas económicas prometido para detener la depresión que se avecina cuando la economía se pare con el fin de frenar la subestimada amenaza vírica. Existen razones para parar y guardar la distancia. De hecho, la alarma que ahora se dispara creció ayer al conocerse el caso del profesor Neil Ferguson, uno de los mayores expertos del Reino Unido en aislamiento, que decidió aislarse a sí mismo durante siete días después de desarrollar los síntomas. Ferguson admite que posiblemente se contagió cuando asistió el martes pasado a una rueda de prensa en el 10 de Downing Street de los expertos que asesoran al Gobierno. Ha admitido a The Guardian: «Hay muchos Covid-19 en Westminster».