Seguramente, igual que yo, vosotros también estáis un poco más arriba de ciertas partes innombrables de nuestro cuerpo del puñetero coronavirus. Es por eso por lo que tengo que advertiros que, aunque en el fondo de esta reflexión podemos encontrar el dichoso virus, prometo no aburriros con cifras, recuentos ni previsiones. Con esta promesa tengo la esperanza de que os animéis para poder llegar hasta el final. Pero si no es así, no os preocupéis, lo entiendo, yo también me siento incapaz de digerir ni la más mínima noticia más del malvado virus. Vamos allá.

El recién bautizado Covid-19 es un nuevo virus que está consiguiendo que se tambalee el estado de bienestar de los países más ricos del mundo, o lo que es lo mismo, de los países más poderosos del planeta. El virus se está convirtiendo en una verdadera prueba de fuego para todo el mundo debido al alarmismo que se ha generado a su alrededor. Alarma fundamentada en la incertidumbre, temor y pánico que el virus provoca allá donde es localizado por primera vez. Incertidumbre que genera el desconocimiento que se tiene de un microorganismo nuevo. Temor que se ha creado como consecuencia de un exceso de información, muchas veces dramatizada, sobre la enfermedad que este virus produce y que, además, aunque en una baja proporción, sea letal. Y por último el pánico que provoca la rapidez con la que se propaga y que de momento no haya forma de pararlo.

Mas allá de todas las consideraciones médicas y sociales para aislar a esta enfermedad, a la que algunos de forma desmedida ya la califican como pandemia, y con la certeza de que más pronto que tarde encontraremos la vacuna que arrincone al virus, no pensemos que este es el fin de nuestra pesadilla. Esto no ha hecho más que empezar. Controlada la enfermedad, los efectos secundarios, los daños colaterales provocados por el virus, como en una novela de ciencia ficción, comenzarán a dar la cara.

De momento el virus ya ha provocado la bajada en picado del barril del petróleo, lo que de forma inmediata ha tenido como consecuencia el desplome de las bolsas mundiales con importantes caídas en todos los índices. Algunos economistas ya están dispuestos a afirmar que las consecuencias económicas provocados por el coronavirus son similares a las que se produjeron por el atentado del 11-S o a las que se derivaron de la caída de Lehman Brothers en 2008. Está dejando de ser un rumor y cada vez se habla más abiertamente de la crisis del coronavirus. Y como toda crisis económica, vendrá escoltada de recortes, de planes de austeridad, de desahucios. Europa se volverá a inundar de incertidumbre, inseguridad y pánico pero esta vez por saber si sus ciudadanos podrán llegar a finales de mes. Se volverá hablar de hambre, de pobreza infantil, de pérdida de derechos, de valores, pérdida de dignidad y lo que es más peligroso el renacimiento y el auge de políticas radicales, extremistas y dictatoriales.

Por otro lado, el Mediterráneo, temible guardián y feroz cancerbero de los migrantes sureños seguro que se muestra indiferente ante el avance del coronavirus que de norte a sur amenaza con invadir todo el planeta. Pronto podremos ver cómo, de forma inmisericorde, el virus nacido en la lejana China se ceba con los más pobres. Como otras tantas veces ya no será noticia de interés mundial. Y es que en los países que eufemísticamente hemos clasificado del tercer mundo o los hemos tildado de poco desarrollados la muerte no es noticia. Son países donde se malvive codeándose día a día con la muerte. Países donde los niños mueren por ser pobres. Eso sí, acostumbrados como estamos a mirar hacia otro lado, eso a nosotros los desarrollados, los del primer mundo no nos dará muchos quebraderos de cabeza; y siempre nos quedarán los turcos que por un módico precio se harán cargo de ellos.

Dice un viejo refrán griego: «Si la piedra cae sobre el huevo, malo para el huevo. Y si el huevo cae sobre la piedra, malo para el huevo». En el mundo capitalista que nos hemos creado donde el capital es de una importancia vital para generar riqueza, como todo en esta sociedad, tiene un precio. Tenemos que procurar que no se nos enfaden los ricos, tenemos que procurar que sigan acumulando dinero, que no tengan pérdidas, tenemos que reponer rápidamente sus pérdidas y que ellos puedan reírse despreocupadamente de la crisis. En el altar del capitalismo los gobiernos hacen lo humanamente posible y otras veces lo inhumanamente imposible para que siempre gane el mismo, el rico. Y si eso conlleva abandonar a países enteros a su suerte o abandonar poblaciones enteras ante una muerte segura, son riesgo que hay que asumir y se asumen. Así fue cómo en el 2015, después de dos grandes crisis, llegamos a la indecente certeza de que, por primera vez en la historia capitalista, el 1% de la población mundial poseía tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante de esta misma población. Lo curiosos es que después de cada crisis económica mundial el número de ricos crece. ¿Cuántos nuevos ricos traerá el coronavirus? Seguramente nunca lo sabremos, pero nos consolaremos sabiendo que: «solo será una pequeña piedra más para un montón de huevos».