En mi casa, desde bien pequeño, no hubo vacaciones en las que no sacara un lápiz y un papel y tratara de recomponer mi árbol genealógico a base de preguntas a padres, tíos y abuelas. Un árbol, el mío, como el de muchos, que recorre España de punta a punta. Un árbol que huele a alegrías y celebraciones, pero también a guerras, a odios, a pérdidas trágicas, a dinero desperdiciado, a cárceles, a disputas, a muchos silencios. A vida, al final y al cabo.

En realidad, ese árbol es bastante fiel a lo que fue España en el siglo XX: emigrante y acogedor, deshecho y recompuesto, vencedor y derrotado, revanchista y reconciliador. Recopilando todas esas biografías que me eran cercanas, fui creciendo y tratando de formar una visión del mundo, de la política, de la sociedad. Y se me amontonaron las contradicciones e hice mío un verso de Jorge Drexler: «Perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera, vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste».

Envidié a países como Italia o Francia, orgullosos de pronunciar a carrillos llenos el nombre de su país y de exhibir los colores de su enseña. Me enemisté con quienes aquí buscaron hacer suyo algo de todos. Fui soplando velas, fui adoptando involuntariamente un sentimiento algo apátrida, contrario principalmente a quienes nos gobiernan, que casi nunca están a la altura de la sociedad.

Fue pasando el tiempo. Fui engordando ese árbol con fotos, fechas y comentarios. Algunos de ellos, inverosímiles. «Le atropelló un tranvía», acompaña a la ficha de uno de mis antepasados. «Vivía en una cueva», «pasó la Guerra de Marruecos», las de otros. «Era poca cosa», ilustra a uno del que apenas tenemos referencias. Son las respuestas, lapidarias y con humor, de una de mis abuelas.

Esos hombres y mujeres en blanco y negro que ocupan todos nuestros árboles provocaron, a su manera, que hoy España sea, pese a todo, un país en el que se pueda presumir de sanidad pública, que en estos días es el orgullo nacional ante el coronavirus. El aplauso desde los balcones me eriza la piel, me parece el reconocimiento a ese esfuerzo invisible que estamos haciendo todos, sobre todo para proteger a los más vulnerables. «Ayudó a frenar el contagio del Covid-19 quedándose en casa». No me parece mejor nota para que lean nuestros descendientes.