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José María Asencio

Aprender del miedo y de la concordia

Aunque soy persona que solo deposito mi fe en lo espiritual, esta vez voy a aceptar como punto de partida para estas palabras la situación declarada creada por las autoridades, el estado de alarma, la paralización de la actividad económica, el aislamiento domiciliario, etcétera. Voy a aceptar que estamos en el punto exacto de una pandemia universal que debe ser enfrentada con los medios utilizados, nunca antes conocidos y a partir de esa verdad, valorar lo hecho y lo que se está haciendo.

No es el momento, nunca lo es, pero ahora menos, para formular críticas políticas que aprovechen errores para conseguir réditos. Y no lo es porque, puesto que tomar decisiones no es fácil cuando se trata de un mal desconocido, de una alarma que crece a la par que el miedo y de una situación sin precedentes.

Pero, sí hay lecciones que debemos aprender para el futuro y que no se pueden obviar.

La primera, que el sistema autonómico no sirve cuando se trata de situaciones de emergencia o extraordinarias que afectan a todos y que exigen el concurso de todos, entendiendo por extraordinarias también las crisis económicas, como la que se avecina. La descoordinación, la singularidad falsa, la soberbia que acompaña a la desigualdad proclamada por xenófobos de nuevo cuño, obligan a entrar a revisar lo que no sirve. Es deplorable que mientras la ciudadanía sufre y se ve aislada en sus domicilios, Torra, con su demostrada indignidad, critique que se invadan sus competencias o que exija cerrar unas fronteras inexistentes como tales, solo para crear una imagen de nación propia. Y con el apoyo, no se olvide, de ERC. Habrá que meditar serenamente, pero la ciudadanía no debe olvidarlo. Ya está bien.

La segunda, la sanidad. Una sanidad desatendida que funciona gracias a unos profesionales preparados, entregados, ejemplares, que con su esfuerzo suplen a una clase política que desmembró la Seguridad Social en varias, que ha hecho política con la sanidad universal sin paralelamente dotarla de medios, de modo que ampliaban el número de pacientes con los mismos recursos, vendiendo como filantropía lo que se ha traducido en al no poner los recursos obligados. Esta crisis hubiera sido menor si el sistema hubiera contado con medios.

Mucho discurso sobre sanidad universal, pública o privada, conocimiento del valenciano y otras zarandajas que no son incompatibles salvo para mentes que sobreviven en el conflicto permanente, pero poco de ponerse a invertir en recursos humanos y medios materiales.

La tercera, que el enfrentamiento entre Podemos y PSOE, cuya distancia ideológica es enorme ha llegado a un punto que hace inviable un gobierno que se va a encontrar con una situación económica que exige moderación y huir de toda revolución social o política. Y Podemos, lo que no era un secreto para nadie, es un parido antisistema cuya pretensión es alterar el orden democrático y constitucional para construir el socialismo llamado real. Las tensiones en el gobierno son «vox populi» y el presidente, menos mal, se ha impuesto a sus socios directos y los indirectos, los nacionalistas, con el apoyo expreso de quienes deben unir sus fuerzas para afrontar lo que va a venir, duro y difícil. Este gobierno está acabado, agotado y la ciudadanía merece una respuesta solidaria, serena y rigurosa de sus representantes. Vista la actitud de Podemos y el nacionalismo, es un riesgo y una temeridad continuar con este absurdo que, soportable hace un mes, ahora se ha convertido en una bomba de relojería que podría poner en tela de juicio el mismo sistema.

El gobierno y sus socios impusieron la política sobre la realidad, sus ideologías sobre la necesidad. Mucho fascismo inexistente, mucha memoria artificial e interesada, mucho independentismo, muchas emergencias tendentes a enfrentar a la sociedad. Y un virus y una sociedad unida les van a decir que no, aunque se resistan, que se olviden de sus divertimentos y que gobiernen, que la crisis es una realidad y que sus merecimientos son nulos, como han demostrado con sus enfrentamientos en momentos complejos. Se ha acabado la fiesta del franquismo redivivo, estamos en el presente, duro y ante éste no caben más diversiones de chicos poco trabajados, criados en el griterío y la consigna, pero bien pagados.

No es el momento ya de la política de bajos vuelos, del infantilismo, de las revoluciones cantadas, de los necios que viven de la necedad, de las reformas cargadas de palabras demostradamente útiles solo para hacer y conformar masas crédulas y asustadas. De qué sirven los médicos escogidos por su nivel de valenciano, única preocupación de la clase política; de qué sirven tantos desvaríos educativos si no se invierte en investigación; de qué sirven unos partidos políticos, los socios de gobierno, no los demás, que en momentos duros, en los que el temor se ha instalado en la sociedad, no han estado a la altura de las circunstancias. Nadie lo va a olvidar y no valdrán las palabras sin futuro.

Es el momento de avanzar por la senda del consenso entre quienes creen en la democracia y el Estado. Un gobierno entre los partidos mayoritarios o del PSOE con el apoyo inmediato del PP es la única salida. En caso contrario el país entrará en una crisis de dimensiones inéditas.

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