Cuando vivimos un momento histórico, con frecuencia, no tenemos conciencia de su trascendencia hasta que no ha pasado y contamos con una cierta perspectiva. Esto es lo que nos ocurre en estos momentos con la pandemia del Covid-19, un acontecimiento trascendental que va a cambiar el mundo y nuestras vidas de una manera muy profunda, al tiempo que está obligando día a día a todos los países, en mayor o menor medida, a adoptar decisiones inimaginables.

Para quienes hemos asistido a la caída del Muro de Berlín y al estallido de la Unión Soviética, las crisis nucleares de Chernóbil y Fukushima, la Gran Recesión iniciada en 2008, la crisis de los refugiados en el Mediterráneo de 2015, el Brexit y la ruptura de la UE y el avance del cambio climático, esta pandemia, cuyo final todavía no está escrito, se suma a una larga lista de sucesos que están marcando nuestra generación. Se habla mucho de los efectos sanitarios y en la salud del coronavirus, del papel de los servicios médicos, de epidemiología, virología, prevención, contagios, vacunas, pero hasta la fecha se habla muy poco de las profundas transformaciones sociales y políticas que este SARS-CoV-2 va a traer, además del enorme daño para la economía mundial que va a causar.

Nos cuesta aceptar que en nuestro mundo tecnológico y digital del Big Data y el Blockchain, somos extremadamente vulnerables, hasta el punto que nuestras vidas y la de nuestros familiares, el funcionamiento de toda la sociedad e incluso la estabilidad mundial se ven afectadas de un día para otro por una nueva enfermedad, tan contagiosa que en muy pocas semanas ha llegado hasta nuestros gobernantes. Siempre creímos que eso de las pandemias y las enfermedades infecciosas masivas eran cosas de los africanos, quienes llevan años lidiando con enfermedades que causan decenas de miles de muertos sin importarnos en Occidente. Pero la hiperglobalización en la que estamos inmersos no solo sirve para las finanzas o las inversiones, sino también para facilitar los contactos humanos a unas velocidades vertiginosas, permitiendo la expansión de enfermedades tan peligrosas como el coronavirus con una rapidez difícil de imaginar.

Sin embargo, frente a quienes han venido negando la importancia de las instituciones globales, de las políticas mundiales coordinadas, dañando y cuestionando su labor mediante nacionalismos autoritarios y guerras comerciales, esta pandemia demuestra, por el contrario, la importancia de políticas internacionales coordinadas en aspectos esenciales para las personas, como la salud pública. Nunca la comunidad científica mundial y los propios gobiernos habían trabajado de manera tan intensa y coordinada como con esta pandemia, compartiendo conocimientos sobre el virus y su comportamiento, intercambiando evidencias sobre tratamientos efectivos o medidas de atención y contención. Nunca antes se había comprendido de forma tan clara la necesidad de una cooperación global, de manera que posiblemente este covid-19 impulse nuevos modelos de gestión de pandemias para un mundo hiperglobalizado.

También una Unión Europea debilitada por el Brexit y cuestionada por su pésima actuación en política migratoria y de asilo, tiene un enorme reto por delante que va a marcar su futuro. Sin haber curado las enormes heridas causadas entre los ciudadanos europeos por la negligente gestión de la crisis global que sacudió con fuerza las economías europeas y en especial de los países del Sur de Europa, los dirigentes de la UE tienen otra nueva oportunidad para demostrar si realmente esta institución es capaz de evitar el colapso económico y sanitario que se avecina o. por el contrario, dejarán impasibles que el daño avance, generando un descrédito de consecuencias incalculables.

Pero, al mismo tiempo, para los países y sus sociedades esta pandemia, sus efectos y la forma de gestionarla, va a generar cambios de una enorme profundidad. Países como España sufrieron con fuerza en servicios públicos esenciales como la Sanidad, los efectos de las políticas ultraliberales de recortes y privatizaciones salvajes aplicadas durante la crisis. Nuestro sistema sanitario, uno de los mejores del mundo, quedó muy debilitado y ahora tiene que hacer frente a una crisis gigantesca, poniendo al límite a unos profesionales maltratados y unos medios muy menguados que se pusieron en manos de la sanidad privada. La gran paradoja es que son los servicios públicos sanitarios, no los hospitales privados que se han desentendido, los que ahora tienen que cuidar a políticos responsables de recortes y privatizaciones, incluso a quienes defienden con fuerza copagos, la entrada de multinacionales sanitarias privadas y hasta incluso el desmantelamiento del sistema sanitario español, como sostiene Vox, de manera completamente despreciable.

Por ello, bueno sería que esta pandemia sirviera para que la ciudadanía tomara conciencia de la importancia absolutamente trascendental para sus vidas del papel del Estado, de los servicios públicos esenciales y de sus funcionarios, frente a quienes han venido dañando, cuestionando y desprestigiando su labor.

Pero para ello se necesita de un profundo rearme moral que no parece compartir la derecha de este país, que no pierde ocasión para tratar de dañar al Gobierno, como ya hemos visto. Es la hora de la política, de los liderazgos y este gobierno tiene una oportunidad, muy difícil, para hacer historia estando al lado de sus ciudadanos, cuidando de nuestra salud, nuestras vidas y, con ello, nuestro futuro.