Estamos viviendo los inicios de una pandemia, originada en China debida a un nuevo virus del tipo corona, El Coronavirus-2019 y que produce una enfermedad llamada COVID 19. Su existencia y desarrollo era desconocida y hoy se padece en todo el mundo con mayor o menor intensidad. Su existencia me recuerda a la epidemia de fiebre amarilla, o vómito negro, en Elche, así que salvando las distancias, bueno será que recordemos la Historia para no repetirla.

Corría el primer decenio del siglo XIX y procedente de Baltimore llegó a Cádiz un barco portador de la terrible enfermedad, con los medios de la época se intentó frenar su propagación, pero de puerto en puerto, lenta pero inexorablemente, se extendía, primero a Málaga, luego a Cartagena y así desde las costas se iba introduciendo hacia el interior.

Eran los años de nuestra guerra de Independencia contra Napoleón, años convulsos y con movimiento de tropas regulares o populares o de guerrilleros. Y en Cartagena, en agosto de 1811, estaba acantonado un Regimiento de catalanes que volvía a su tierra, una ciudad infectada por la Fiebre. El gobernador militar de Alicante, con buen criterio, les prohibió su asentamiento en Alicante, en cumplimiento de las medidas sanitarias de prevención del contagio. Pero al llegar a Elche, en plenas fechas de las festividades de la Virgen de la Asunción, el consistorio al comprobar que no había ningún enfermo entre la tropa, por afecto y con optimismo festero, los acogió en el barrio de Sarabia el día 3 de agosto; es decir, abrieron las puertas de la ciudad desoyendo las más elementales prevenciones. Y aquí comienza la tragedia.

Dos días después fallecieron un oficial y un soldado dando inicio a la epidemia que se extendería hasta noviembre de ese año. Reunidas las autoridades locales y la Junta de Sanidad determinaron que no se interrumpiesen las fiestas, entre otros motivos porque en ellas se realizaban numerosas transacciones para el resto del año, así que mantuvieron en silencio las defunciones y la vida municipal siguió su ritmo normal de las Fiestas de la Virgen, aunque realmente terminó siendo el Infierno con docenas de defunciones diarias que llegaron a ser más de cin en un solo día de septiembre. La primera medida al terminar las Fiestas fue aislar a la ciudad, impidiendo la entrada y salida de personas, excepto el personal sanitario de médicos y enfermeras que acudieron desde distintos lugares de la provincia y de Valencia como héroes para la atención sanitaria. Todos ellos pagaron con su vida su generosidad. Un reconocimiento monumental a esas almas valientes en mi pueblo es «Hilo del Tiempo» en la Plaza del Doctor López Orozco.

Aunque Carlos III ya prohibió en su día los enterramientos en iglesias o en cementerios parroquiales fue en esos momentos cuando se puso en práctica. Se abrían grandes trincheras para los enterramientos masivos, hasta que en tierra de Canales se inició el actual Cementerio Viejo.

El resultado de esos cuatro meses de epidemia fue que de los 20.000 habitantes de la ciudad y sus pedanías se estima que 11.000 fueron víctimas de la epidemia.