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José María Asencio

Dos gobiernos en uno

Me decía un amigo que lo mejor que ha podido pasarle a este país es que PODEMOS haya entrado en el gobierno, porque gobernar sirve para moderar y moderarse. Nada más duro que la realidad y la responsabilidad para enmendar el discurso incendiario de quien solo tiene que responder ante una afición entregada que pide guerra y leña a un enemigo imaginado y nunca bien identificado, casi todo. Nada mejor para los activistas que asumir tareas que conlleven ser los culpables de algo.

Tiene razón mi amigo, pero tengo para mí que el rodaje va a ser largo, casi eterno y que al final el riesgo no se va a poder controlar ante la evidencia triste de que van a encontrarse con una realidad que les supera, una crisis económica que se vislumbra dura por un coronavirus que no puede explicarla y los vaticinios electorales que le anuncian mayor irrelevancia si aceptan ser partido de gobierno comprometido con el rigor de administrar lo común en beneficio del común, no solo la palabra locuaz, alegre y dicharachera que tanto gustan de usar.

Esta semana ha ofrecido, tras solo dos meses de cohabitación, un ejemplo que rebaja un tanto el argumento serio de mi amigo que, seguramente, no podía imaginar que Iglesias y compañía, conseguido tocar el poder, pudieran ponerlo en riesgo con tanta rapidez, merecimiento y crearse enemigos duraderos en las huestes de la izquierda, incluso la sanchista, que ya es decir.

Y es que están elevando a la altura de política de raza a Carmen Calvo, hasta hace dos días especialista en vacuidades. Hoy es ya una política responsable, que pone el acento jurídico en las leyes y en los derechos humanos. Cómo habría de ser el proyecto presentado por Montero sobre libertad sexual para merecer el reproche de Calvo y la reprimenda dura del Ministerio de Justicia, cuya reprobación aterra. Solo imaginarlo me pone los pelos como escarpias. Claro, que lo que da miedo de verdad es la respuesta de Iglesias para quien, los ataques a los derechos fundamentales más elementales de los varones, son meras cuestiones técnicas y quienes defienden el ámbito de libertad de los imputados, simples machistas frustrados o machotes en palabras de Echenique cuyo verbo no deja de ser fluido y florido, aunque elemental, a pesar de sostener al gobierno. El enemigo en casa.

El derecho a la presunción de inocencia, conquista del Estado de derecho, según estos zoquetes es de titularidad de las víctimas, no de los imputados. Genialidad bolivariana e inquisitiva, aunque superada con creces, pues en tiempos de oscuridad a los delatores se les premiaba con dinero y hoy se les quiere amparar con presunciones de veracidad absoluta, a nivel de derecho humano que se niega al acusado por ser hombre. Pequeñeces técnicas como se ve que han asustado al PSOE, al feminismo casi todo, menos al de Montero y a quienes gustan de una sociedad libre y presidida por el respeto a la dignidad que conceden los derechos, cada uno en su lugar. Incluso una sociedad libre que, creemos algunos, es capaz de luchar contra la delincuencia sin alterar sus bases y convertirla en autoritaria. Porque, ahí está la cuestión que separa al feminismo de PODEMOS y al del PSOE y otros, claramente evidenciada la diferencia estos días, en que unos creen que en este sistema democrático es posible luchar contra el delito en general y la violencia de género en particular y otros, por el contrario, optan por considerar que la democracia no es eficiente y prefieren modelos autoritarios revestidos de una dignidad de la que carecen. Ese es el punto que no deberíamos olvidar porque ahí, precisamente, radica la incompatibilidad entre socialdemocracia y opciones de izquierda incompatibles con las libertades que llaman burguesas.

Apelar al Convenio de Estambul como si fuera un mantra que todo lo puede es un engaño, pues este Tratado no es, ni puede ser contrario a los que declaran los derechos humanos, superiores por su importancia y que prohíben toda discriminación por razón de sexo y toda vulneración del derecho a la presunción de inocencia.

PODEMOS, sin atender a estas menudencias, pretende y así lo ha dicho, hacer la ley más feminista del mundo, exhibiendo de esta manera su populismo e irresponsabilidad. No le importa hacer una buena ley, constitucional y eficaz, sino la propaganda y la demagogia, aunque la norma sea anulada después. Solo busca imagen y hacer el mayor ruido posible apareciendo como el adalid del feminismo y poniendo, a la par, en evidencia al PSOE.

De ahí y de esta forma comprensible el: "sola y borracha quiero llegar a casa". Bien. En el franquismo, seguro que llegaba; también en la URSS. Pero, en las sociedades democráticas en las que la represión se mide y controla, se paga el precio de la libertad con cierta inseguridad. Para hombres y mujeres. Esa es una realidad innegable. Y no hay seguridad plena sin represión absoluta. Por eso no es conveniente correr riesgos ni reivindicarlos. Una sociedad democrática no puede garantizar que quien se expone al delito no lo sufra. Y la respuesta de esta sociedad frente al delito y el delincuente solo puede ser la de un proceso con todas las garantías y con respeto a los derechos de los imputados.

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