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La rodilla del místico frente al dedo del Papa

En recuerdo del poeta, sacerdote y exministro de Cultura de Nicaragua recientemente fallecido

Conocí a Ernesto Cardenal en Salamanca cuando yo aún estudiaba Filosofía. Nos encontramos en el comedor, una noche en la que los dos llegamos tarde a cenar. Compartimos una comida fría, un vaso de vino peleón y una conversación que aún resuena en mi recuerdo. Aunque era invierno, el poeta vestía con una camisa blanca suelta y unas sandalias. Más que un ministro de Cultura o un sacerdote católico parecía un pobre campesino nicaragüense. Su boina calada me anunciaba su alma revolucionaria e insurrecta. Le pregunté quién era Dios y él me respondió: «El que te puso hoy a ti delante de mi». Hablamos de fe y de utopía. Ernesto me enseño que revolución significa crear el mundo de justicia que Dios sueña para nosotros. Tanto su poesía como su teología abogaban por mejorar la vida de los pobres, acabando con la explotación y las injusticias. Estos días, con motivo de su muerte, los periódicos rescatan la icónica fotografía de la bronca que Juan Pablo II le echó en el aeropuerto de Managua, por formar parte de un gobierno revolucionario. Para Wojtyla, férreo anticomunista, un cristiano no podía ser socialista y un sacerdote no debía tener ideología, sobre todo si ésta era contraría a la suya. Cuando el obispo de Roma descendió del avión la masa lo recibió al grito de «¡entre cristianismo y revolución, no hay contradicción!". Cardenal se arrodilló ante el Papa y le pidió la mano para besársela. Juan Pablo II se la retiró. El Papa respondió con una humillación pública al gesto de reconciliación del poeta. Ernesto le solicitó la bendición, pero lo que Wojtyla le ofreció fue el ademán sancionador de su mano derecha y estas palabras: "Antes tiene que reconciliarse con la Iglesia". A diferencia del amor del místico, el del Papa tenía condiciones y éstas pasaban porque Ernesto traicionase sus principios. Ernesto eligió ser fiel al cristianismo antes que al Vaticano. Un año después, la amenaza se hizo realidad: Wojtyla lo condenó oficialmente y cerró para Ernesto las puertas de la que consideraba su Iglesia. Hubo más dignidad en la rodilla hincada del místico sobre la humilde tierra nicaragüense, que en el dedo inquisidor del Sumo Pontífice. Cardenal me enseñó que la instancia superior para el cristiano es la conciencia. Querido Ernesto, al perderte a ti, hemos perdido todos.

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