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Mujeres invisibles

Lo que la socialización no nos deja ver

El concepto de "invisibilidad" social data de la novela de Ralph Ellison Hombre invisible (1952) en la que el protagonista, afroamericano, se da cuenta de que sus conciudadanos neoyorquinos sólo ven en él a un "negro" y le atribuyen todos los miedos y prejuicios que su raza les suscita; comprende que haga lo que haga no va a ser valorado como persona y a título individual, lo que condiciona su propia vida siempre negativamente. Cuando las perspectivas críticas feminista y postcolonial encontraron su espacio en la década de los 1970, partieron de esa premisa: la historia no había sido capaz de ver más allá de "mujeres" y de "negros", gente idéntica y, como tal, resumible en unas pocas características simples y generalistas: gente de poco valor social para uso y abuso del históricamente todopoderoso hombre blanco, cristiano, occidental y con acceso al poder que da el dinero.

Caroline Criado Pérez, periodista y activista británica, recoge ahora en su libro, publicado en inglés en 2019, las cifras que explican cómo la sociedad contemporánea aún mantiene viva la invisibilidad aplicada a las mujeres, a pesar de los logros reflejados en muchas leyes occidentales y de los cambios paulatinos que se van infiltrando, demasiado lentamente, en el discurso dominante. Parece difícil ignorar hoy en día la lógica aplastante de que todas las personas exijan ser consideradas como seres humanos, con un derecho natural inalienable a su individualidad al margen de su sexo, raza o creencias. Pero lo cierto es que, a pesar de la abundancia de argumentos escritos y de testimonios vitales inapelables, el discurso hegemónico encuentra maneras de neutralizar todos los intentos de lograr un derecho universal a la igualdad de oportunidades que pueda deducir un ápice del monopolio secular masculino. Criado Pérez divide su libro en cinco partes que comprenden nuestro día a día: la vida cotidiana, el lugar de trabajo, el diseño, medicina y la vida pública. Hay también una parte introductoria y otra que cierra la visión general y la proyecta hacia el futuro.

Y hay setenta páginas de notas al texto en letra abigarrada para que quien así lo desee tenga evidencia ya publicada, escrita por personas "de calidad social", de lo que ella está denunciando. Su punto de partida sólo exige una breve reflexión: "casi todo lo interpretamos como masculino a menos que esté marcado específicamente como femenino. Eso es lo que siempre son las mujeres en todas partes: la excepción, nunca la norma". De aquí se sigue claramente el desarrollo histórico: no se piensa en las necesidades de las mujeres al planear las mejoras urbanísticas, ni al diseñar los espacios interiores; no se tienen en cuenta las características del cuerpo femenino al diseñar uniformes de trabajo, ni instrumentos musicales, ni herramientas, ni siquiera los tan cuidados nuevos modelos de coche, ni, lo que es mucho más grave, al llevar a cabo investigaciones médicas. Esto, por poner solamente unos ejemplos.

La autora demuestra lo que las mujeres ya sabemos, que tenemos las mismas capacidades de desarrollo y participamos de los mismos defectos que el resto de la humanidad, pero que el discurso dominante no quiere verlo porque admitirlo supondría una verdadera revolución, la más importante de todas, la que realmente cambiaría el signo de los tiempos. Si se admitiera que es una falacia perniciosa decir que las mujeres somos cuidadoras y madres entregadas por naturaleza, dadas a excesos nerviosos y cambios de humor debido a nuestras hormonas, si se admitiera que tenemos voluntad propia y un cerebro tan capaz como el que más, "el hombre" perdería muchas de las prerrogativas que ahora le son regaladas sin más, y los gobiernos tendrían que asumir el coste económico y organizativo que ahora llevamos las mujeres sobre los hombros gratuitamente: el cuidado de la descendencia y de los mayores, el cuidado de las personas con enfermedades o discapacidades, y las no menos importantes tareas de mantener y atender en el sentido más amplio de la palabra a los horarios, la intendencia y la higiene que nos permiten hacer de nuestro entorno una sociedad "civilizada".

Pero Criado Pérez advierte que el perjuicio ocasionado por la invisibilización de las capacidades de las mujeres no es un tema parcial de aquí y ahora, sino que condiciona el futuro de todo el planeta: "Cuando se excluye a la mitad de la humanidad de la producción de conocimientos, se pierden ideas que son en potencia transformadoras". La socialización es aún muy fuerte para conseguir que una mayoría de mujeres secunden un día de huelga que demuestre la veracidad de uno de los eslóganes del 8 de marzo pasado, "Si nosotras paramos, se para el mundo". Pero si la situación no mejora sustancialmente, dicho lema puede dar paso al de otra pancarta, la que decía "Tenéis suerte de que pidamos igualdad y no justicia". Se puede entender que las fuerzas vivas tengan miedo a tal revolución, pero tendrán que vencerlo, no pueden alimentarlo a base de escamotear la justicia a media humanidad.

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