¿Qué hubiese pasado si un humilde campesino inglés, llamado Hugh Fleming, no hubiese salvado la vida al hijo del noble inglés Randolph Churchill? De acuerdo con la historia popular sobre este hecho, el noble inglés recompensó al campesino con hacerse cargo de la educación de su hijo Alexander. Gracias a este fortuito encuentro, Alexander Fleming pudo acceder a estudios de medicina, lo cual le llevaría a descubrir la penicilina en 1928.

Sin embargo, esta historia es una anécdota (casi mágica) más de mentes brillantes que a lo largo de la historia dejaron grandes legados para la posteridad porque se dieron las cadenas de oportunidades necesarias. Pero ¿y aquellas personas que no tuvieron la oportunidad de estimular su talento? ¿Cómo sería el mundo actual si cada persona tuviese la oportunidad para dar lo mejor de sí misma?

De acuerdo con la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, cada persona tiende a desarrollar y potenciar, de forma innata, un tipo (o varios) de inteligencia de los ocho grupos que propone: interpersonal, intrapersonal, corporal, lógico-matemática, lingüística, musical, naturalista y visual-espacial. Así pues, siguiendo las premisas de la teoría de Gardner todos somos brillantes en una determinada área del pensamiento y, de esta forma, no habría una distinción entre válidos y no válidos, intelectualmente hablando.

No obstante, en la actualidad sí se habla de personas mejor y peor capacitadas. Esta diferenciación es, en parte, atribuida por la escuela, puesto que diferencia a los alumnos y alumnas entre aquellos que logran alcanzar los objetivos educativos y los que no los alcanzan. De este modo, superponiendo la teoría de Gardner con la realidad educativa se produce una profunda contradicción: la teoría de las inteligencias múltiples establece que todas las personas son talentosas en un área del pensamiento, pero la escuela establece una segregación entre «buenos y malos estudiantes».

El problema radica en la estructura y planteamiento de la educación, basada en la evolución de los principios tradicionales de las artes liberales y de la escuela industrial.

En este sentido la escuela actual, pese a existir diversas materias, basa sus principales indicadores de éxito en la lectoescritura y las matemáticas, obviando así las diferentes formas de inteligencia.

Por poner un ejemplo de esta situación, una persona virtuosa en la pintura que, de forma innata, es capaz de crear impresionantes obras de arte estará condenada a no destacar académicamente si, a su vez, no es buena en matemáticas o lenguas. Por consiguiente, esta brillante artista arrastrará un sentimiento de no identificación con el sistema educativo al no percibir que encaje que lo que éste le demanda. Además, esta situación se da de un modo continuo, ya que los estudios postobligatorios y universitarios tampoco disponen de los mecanismos necesarios para detectar y ensalzar a las personas talentosas en otros ámbitos de la inteligencia. Si Botticelli o Velázquez fuesen alumnos de la escuela actual, ¿tendrían oportunidades de demostrar su talento?

El resultado de esta problemática es una inhibición de las capacidades y habilidades para el arte, la música o la astronomía, entre muchas otras. En consecuencia, dado que la educación legitima esta diferenciación, las personas se adaptan en función de los resultados obtenidos como estudiantes y, en algunos casos, se encuentran desubicadas en profesiones que no se ajustan a sus potencialidades innatas.

Como docentes, nuestra obligación es identificar los talentos potenciales de cada alumno y alumna, permitiendo su correcta estimulación junto con un desarrollo integral.

Pero esta tarea resulta imposible sin un adecuado marco educativo que permita tal fin y proporcione los mecanismos necesarios para proporcionar una educación divergente y globalizadora en la que cada estudiante pueda demostrar y potenciar su talento innato. No se trata de centrarse únicamente en el punto fuerte de cada uno y obviar el resto de áreas, sino de estimular todos los ámbitos de la inteligencia e identificar la zona de desarrollo potencial en cada una de ellas, de acuerdo con los principios socioconstructivistas de Vygotsky. Para responder a tal fin los docentes contamos con metodologías de carácter práctico como el Aprendizaje Basado en Proyectos o las actividades competenciales.

En definitiva, el modelo educativo actual, pese a pertenecer cronológicamente al siglo XXI, no responde a sus necesidades formativas ni tampoco evoluciona hacia nuevos paradigmas educativos. Por tanto, esta situación estancada de la escuela hace que el talento se siga obviando en las aulas y se continúe dejando escapar prodigiosas mentes y habilidades que, de haber estado estimuladas correctamente, podrían haber trascendido en la historia. El talento es una predisposición innata de las personas que sin su correcta estimulación no se puede desarrollar profundamente.

Es una lástima que podamos ser testigos de cómo fracasan educativamente aquellos que podrían inventar la vacuna contra el cáncer o demostrar la teoría de cuerdas. Quién sabe si la persona que te atiende el teléfono pudiera haber sido una virtuosa del pincel si se le hubiese estimulado adecuadamente su talento.