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Daniel Capó

Una extraña disonancia

El mundo ha cambiado en pocas semanas. La fragilidad de la red de suministros y los riesgos de la globalización son ahora más evidentes

Nunca hemos asistido a una disonancia tan grande entre las palabras y los hechos. Hablo del coronavirus. Por un lado, las llamadas continuas a la tranquilidad de los gobiernos y profesionales de la salud, los cuales inciden en la escasa mortalidad de un virus que, en la mayoría de casos, cursa más o menos como un catarro o una gripe. Por otro se toman medidas extraordinarias, de una magnitud desconocida en el pasado reciente. ¿A quién creer? ¿Debemos confiar en la palabra de los gobiernos y de las organizaciones internacionales o en la sorprendente radicalidad de las decisiones? ¿Cómo explicar que, con apenas quince casos confirmados, Suiza haya prohibido los eventos que reúnan a más de cien personas? ¿Cómo interpretar que en Japón, con menos de un millar de infectados, se suspendan las clases hasta la segunda semana de abril, con los enormes problemas organizativos que ello supone para las familias? ¿Por qué multinacionales automovilísticas como Hyundai optan por cerrar algunas de sus fábricas? ¿Por qué en China tapian la entrada de las fincas de pisos donde hay afectados? Las imágenes que llegan de los satélites de la NASA nos muestran un desplome abrupto de los niveles de contaminación. Las ventas de coches han caído un 92 % en China durante este último mes. Ninguna gripe provoca tal colapso en una sociedad moderna.

¿Qué sucede entonces? ¿Quién tiene razón? Seguramente los dos, aunque difiera la perspectiva de unos y otros. La clave, sin embargo, no es tanto biomédica como estadística. Un virus altamente contagioso -semejante a la gripe- y mayormente inocuo, pero que requiere hospitalización en un quince por ciento de los casos, puede convertirse en un problema extremadamente serio. Hagamos números: el año pasado hubo en España algo menos de seiscientos mil casos oficiales de gripe. Un quince por ciento de complicaciones severas supondría cerca de cien mil ingresos hospitalarios: la pesadilla de cualquier sistema de salud. Las cifras estadounidenses ofrecen una proporción aún más preocupante: treinta y cinco millones de gripes en 2018 -según los datos oficiales de la CDC- implicarían cinco millones de ingresos. ¿Podría afrontarlo su red hospitalaria? ¿Y la española?

Estoy convencido de que sí, porque en ningún caso un país desarrollado va a tolerar una crisis humanitaria de este nivel. Lo cual explicaría que los gobiernos estén tomando medidas de contención tan duras, cuyo reverso inmediato es un enfriamiento acelerado de la economía. Todas las alarmas han saltado en sectores como el turismo, la automoción, el comercio y, en general, aquellos que obedecen a un comportamiento cíclico. Los bancos centrales se verán obligados a actuar de forma coordinada, dotando de liquidez al sistema, bajando los tipos de interés y quién sabe si incluso comprando directamente acciones bursátiles. La FED, el pasado lunes, inyectó 33.000 millones de dólares, impulsando la recuperación de las bolsas. Mientras tanto la contención -la caída de nuevos casos resulta ya evidente en China- nos permite ganar tiempo para conocer mejor el virus, avanzar en los tratamientos, controlar el flujo de infecciones y confiar en que remita con la subida de temperaturas.

Pero de lo que no cabe ya ninguna duda es que el mundo ha cambiado en pocas semanas. La fragilidad de la red de suministros y los riesgos de la globalización son ahora más evidentes. Y los gobiernos deberán tomar nuevas medidas, tanto preventivas como económicas, una vez pase este temporal.

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