Es el maltrato que no cesa, la constante vocación por la desmemoria. La decisión del alcalde del PP de Madrid de retirar los versos de Miguel Hernández del monumento a las casi 3.000 personas fusiladas y enterradas en una fosa del cementerio de La Almudena durante los seis años posteriores al final de la Guerra Civil española no es un hecho novedoso si se contempla con perspectiva histórica. Es más bien la constatación de una voluntad de aniquilación de una voz, simbolizada en el poeta oriolano, quien representó y defendió un tipo de libertad con la que aún no se han familiarizado determinadas corrientes ideológicas españolas.

Institutos, colegios, asociaciones culturales, hasta una universidad... Pese a dar nombre a instituciones y entes semejantes, el acoso a la memoria de Miguel Hernández es una constante política todavía hoy en el siglo XXI. Bien sea por ocultación, bien por su uso manipulador. Recientemente, el profesor de la Universidad de Alicante, José Carlos Rovira, recordaba en estas mismas páginas cómo incluso casi décadas después de su muerte, a las puertas de la democracia, los censores franquistas seguían persiguiendo su obra.

Hoy es el alcalde José Luis Martínez-Almeida el que le censura, pero no hay que irse a Madrid para observar el desprecio que una parte del arco político destila por el autor de Las nanas de la cebolla. Los silencios también sirven. Y hemos de recordar que la Diputación de Alicante nombró a Miguel Hernández hijo predilecto de la provincia, la más alta condecoración que se le puede conceder a alguien en esta institución decimonónica. ¿Alguien ha escuchado a nadie del equipo de gobierno de la institución provincial defender a quien desde hace 10 años considera hijo predilecto?

Aquel nombramiento coincidió con el centenario del nacimiento del poeta y fue un acto de pura estética. Con la pompa característica de aquellos tiempos hasta se inauguró ese mismo año la casa-museo de Hernández solo para cerrarse durante siete años más. En 2011, la llegada del PP a la Ayuntamiento de Elche tras décadas de gobierno de izquierdas supuso para la ciudad - y por extensión la provincia y la autonomía entera- decir adiós al fondo documental del poeta por no querer pagar el coste anual de mantenerlo. Hoy lo atesoran en Quesada y es cuidado también la Diputación de Jaén.

Miguel Hernández es usado hoy incluso para atacar nuestra propia identidad, la de los valencianos, como él se consideraba también. Es usado cuando el portavoz de Cs en las Cortes, Toni Cantó, exclama mentirosamente que el poeta no hubiera podido publicar en nuestros días por escribir en castellano. ¡Y lo dice alguien cuyo partido pacta gobiernos con los herederos de sus carceleros y facilita vetos a la libertad de enseñanza! Hay que recordar que Hernández fue comunista y, de continuar viviendo, Cantó tampoco se hubiera amilanado y probablemente le hubiera regalado un calificativo de «terrorista», «mamporrero de Venezuela» o algo por el estilo.

Miguel Hernández fue un inconformista, un luchador contra la pobreza y los autoritarismos, un defensor de la libertad, una palabra que bien merecería unos de sus versos hoy en día. Más que nada para cuidarla, mimarla, y quitársela de la boca a quienes no hacen más que devaluarla y manosearla desde su cargo institucional defendiendo las partes de la Constitución que les interesa o cuando hablan del «sacrosanto» mercado.

Una parte del arco político de este país debería reflexionar, y mucho, sobre la figura que nos regaló la existencia de Miguel Hernández, el símbolo que fue y que hoy todavía representa para muchas personas. El oriolano es poeta universal y, por tanto, de todas nosotras. Pero sobre todo es el poeta de quienes las personas derrotadas y perseguidas por una dictadura con nombres y apellidos. Dejen en paz a Miguel Hernández. ¡Leámosle! Pero, sobre todo, dejen a la gente honrar a sus muertos como piden.