El próximo domingo, 8 de marzo, se celebrará el Día Internacional de la Mujer, un día para luchar por la igualdad, la participación de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, y ello hace que traiga a recordar a una destacada escritora torrevejense, Trina Sánchez Mercader.

Trina era hija de Jenaro Sánchez Samper, militar, natural de Pilar de la Horadada, y de Trinidad Mercader Mateo, de Torrevieja, lugar en donde contrajeron matrimonio en 1916. Aunque Trina nació en 1919 en Alicante, al estar allí destinado su padre como brigada del Regimiento de Infantería «La Princesa» número 4 de Benalúa, se consideraba torrevejense.Quedó huérfana de padre a la edad de 11 años, en 1930, viniéndose junto con su madre a vivir a Torrevieja, a la calle Hidalgo -actual Ramón Gallud- número 51, en donde tuvieron que sostenerse con la pensión mensual de viudedad que no llegaba a las 84 pesetas.

La posguerra le trajo necesidades y penurias; una situación difícil para todos, pero especialmente para una joven dinámica que tenía una natural ambición de llegar a ser una periodista «libre», por lo que Torrevieja se le quedó pequeña, marchándose junto con su madre a Larache en 1940.

¿Y por qué Larache? Antonio Balaguer Tuso era un carpintero torrevejense afincado en Larache desde comienzos del siglo, allí había construido una gran casa, en la que vivían sus hijos y el resto de la familia. Su hijo Bonifacio Balaguer había contraído matrimonio con María López Mercader, prima hermana de Trina, por lo que creyeron que en Larache contarían con un apoyo. Todos vivían en la misma vivienda que recuerda Fernando Ágreda en una poesía de la que copiamos un fragmento: «Verías a la gente pasar,/ te asomabas alguna vez a esa ventana,/ mientras tu madre cuidaba la comida/ y pensaba: «Esa hija con sus sueños/ y sus versos, ¡que imaginación!/ Si la vieran en Torrevieja, en casa de mis primos».

Trina se enamoró de Larache que, por entonces, estaba en plena efervescencia; le atrajo y sorprendió el sistema de convivencia intercultural que allí se vivía, su luz, sus jardines y el mar Atlántico. Inmediatamente, comprendió que era allí donde quería vivir. Consiguió un puesto de trabajo en la Junta Municipal. Su cultura y simpatía, pronto la hicieron merecedora del aprecio de todos.

Su vida discurrió de forma apacible y esto le permitió continuar su formación, que desde el comienzo fue autodidacta. Mucho tuvieron que ver las relaciones con intelectuales de la zona del Protectorado Español en Marruecos, como Cesáreo Rodríguez Aguilera y Jacinto López Gorgé.

Allí conoció a un chico llamado Antonio con el que enseguida se cristalizó algo más que una amistad. Antonio tenía solicitado el ingreso en una academia militar -mucho antes de conocer a Trina-; la burocracia tardó mucho tiempo en aceptar su petición, pero llegó finalmente, y el joven tuvo que decidir si continuar el destino que con mucha anterioridad se había marcado, o quedarse con el amor que ya se profesaban ambos. Se decidió por lo primero, con la idea que se volverían a encontrar. No fue así; nunca más se vieron, siendo el único amor que se le conoce a ella. Trina padecía una enfermedad en la piel, y ella era consciente de la gravedad que vivía, esto hizo que se involucrara, cada vez más, en su trabajo, tratando de enmascarar sus miedos. Fue una mujer que necesitó estar siempre en activo. Por tanto, se marchó a Tetuán y escribió su primer poemario con el seudónimo de Tímida «Pequeños poemas» (1944). Es a partir de entonces cuando toma como escritora el nombre de Trina Mercader, desapareciendo su primer apellido, surgiendo de entre los «poetas hispano-marroquíes», como se les conocía en la Península. En aquella época conoció, entre otros, a la escritora Dora Bacaicoa y a Vicente Alexandre, poeta de la generación del 27. De vuelta a Larache, impulsó la salida de «Al-Motamid - Versos y prosa», publicada entre 1947 y 1956, de la que fue directora; revista literaria bilingüe que se convirtió en un espacio de libertad. Centró su vida en Marruecos, escribiendo también en la colección de poesía «Itimad», donde publicó su segundo poemario «Tiempo a salvo» (1956), dedicado de manera póstuma a su padre.

En 1956, con la independencia del territorio marroquí, se produjo el primer éxodo en la zona norte de Marruecos, y Trina decidió trasladarse a Granada, por su apariencia islámica con el Magreb. Allí continuó escribiendo, aunque cada vez más sus colaboraciones tendieron a desaparecer y sólo el interés de unos pocos amigos que la animaron a publicar su último poemario «Sonetos ascéticos» (1971).

En 1980 visitó Torrevieja y a su prima María por última vez, y escribiendo desde allí una tarjeta postal a Ágreda: «Querido Fernando, te saludo desde Torrevieja de la Sal, los balandros y las habaneras, Hoy [17 de julio] me marcho al chalet de los pinos, hasta el día 30 que regresaré a Granada».

Murió en Granada el 18 de abril de 1984, Miércoles Santo, en el Hospital Clínico de San Cecilio, desde donde partió la conducción del cadáver hasta la ermita de San Isidro, donde le fue rezado un responso, recibiendo sepultura en el Cementerio de San José.

Decidió legar todo lo que ella poseía a la «familia granadina» que la cuidó con tanto cariño, durante tantos años.

Dejó un extenso fondo documental, diversos manuscritos y otros documentos personales, veinticinco cajas; más de la mitad pertenecientes a distintos autores que colaboraban en la revista «Al-Motamid» y el resto a Trina Mercader, también fotografías y documentación personal, así como la correspondencia que mantuvo con el escritor alicantino Jacinto López Gorgé, con la poetisa cartagenera Carmen Conde, con la escritora argentina Luzmaría Jiménez Faro, etcétera. Completaba su documentación una caja con recortes de prensa.