En el pleno del Senado del pasado martes sucedió una anécdota que se convirtió en noticia a las pocas horas de ocurrir. La presidenta del Senado, Pilar Llop, en la réplica a un senador de Vox que se dirige a ella como «presidente», le contestó con naturalidad: «Gracias, señora Senador».

Hay quienes se oponen a la feminización del lenguaje con el argumento de que, existiendo el masculino universal, para qué llamar a las cosas por su nombre. Seguro que les suena. Sin embargo, la evolución natural del lenguaje ha venido a reflejar la llegada de las mujeres a profesiones y espacios de decisión tradicionalmente masculinos. Recuerden lo que costó asimilar la palabra «jueza» o «notaria». En la misma línea, se empeñan en conceder al género masculino la consideración de universal, englobando a ambos sexos; y eso es lo que ha reprochado el feminismo: que lo masculino sea considerado lo universal y lo femenino quede invisibilizado. Y ha sido tal la aquiescencia de esta teoría que, incluso en el ámbito científico, es muy reciente la inclusión de la variable sexo en las investigaciones. Para qué investigar en ratones machos y ratones hembras si las consecuencias extraídas de los primeros serían aplicables a ambos sexos. Para qué trabajar con prototipos masculinos y femeninos en la industria del automóvil si lo masculino es lo universal. Sin embargo, desde principios de 2016, tanto en EE UU como en la UE, se exige que en los fondos públicos dedicados a la investigación se considere el factor género como parte del trabajo investigador. Este es uno de los muchos ejemplos que nos rodean y que demuestra la pertinencia de diferenciar, analizar e investigar, en los casos en los que procede, por sexos como muestra de la diversidad social. Lo que no se nombra no existe. Para que las mujeres nos veamos reflejadas en una profesión, necesitamos que el lenguaje nos identifique. ¿Cómo vamos a despertar vocaciones científicas en las chicas a una edad temprana si el lenguaje no las reconoce? Quiero ser química, quiero ser ingeniera aeroespacial o arquitecta. Sabemos que los roles de género se interiorizan a una edad muy temprana, antes de los 8 años y casi de manera simultánea al aprendizaje del lenguaje, a la adquisición del vocabulario básico.

Cuesta creerlo, pero hay personas que niegan la realidad a estas alturas y cuesta creer todavía más que sean personas con representación pública. Sí, una diputada o un senador no representa sólo a quienes le votaron, también ostenta una representación pública que abarca al conjunto de la ciudadanía, y por ello, como ciudadanas, somos muchas las que nos sentimos ofendidas y en la obligación de reprochar una conducta irrespetuosa. Vivimos tiempos de retroceso discursivo e ideológico en términos de igualdad y hay un partido cuya actitud de permanente reto, de negación de las mujeres en sus singularidades más elementales, cuya actitud de insolencia verbal es inquietante y, a mi juicio, reprobable. Lo que no se nombra no existe y lo que ocurre en un pleno del Senado tampoco, si no se cuenta.

Esta negativa a mencionar a las mujeres con propiedad en los ámbitos profesionales no es exclusiva de la marca Vox. Algunos «enfants terribles» del PP y C's se han apuntado al carro y también lo hacen, ¿por imitación? ¿por convicción? El negacionismo, la pose, cuando no la cabezonería o la provocación, les hace ignorar que el término «presidenta» está recogido en el Diccionario de la Lengua Española desde el siglo XIX. No es una incorrección, no es un término forzado por la voluntad de feminización del lenguaje que mencionaba antes, se trata de hablar con precisión -me dirijo y contesto a una mujer o a un hombre-, es una muestra de respeto contestar a tu interlocutor según sea Pedro o Pilar. No me extrañaría que alguno de ellos lo haya utilizado, por ejemplo, para dirigirse a la presidenta de su comunidad de vecinos, que suele ser un cargo ocupado por mujeres, al estar más tiempo en casa que los hombres y ¡hasta el Word te lo señala en rojo si no concuerda con el nombre al que va asociado! Hagan la prueba. ¿Cuál es la explicación? Ninguna coherente, sólo el machismo que llevan colgado en la solapa y la falta de respeto y reconocimiento a la presidenta de la segunda institución del Estado, ¿o es que las ideas que laten detrás de estas actitudes son anteriores al siglo XIX? Podría ser.

No sé si las personas que lean este artículo comparten o no los postulados de Vox. Soy de las que piensa que han venido con un discurso que corresponde a tiempos ya muy añejos y que dependerá de cada una de nosotras y nosotros, frenar su arrolladora y descabellada carrera por negar la igualdad entre mujeres y hombres. Porque lo peor de esos mensajes y actitudes machistas no es que se expresen en las principales instituciones del Estado -tienen derecho y libertad de expresión, faltaría más- lo peor es que se practiquen y se legitimen impunemente cada día en la calle, y en la vida cotidiana de muchas mujeres. Eso se llama desprecio hacia las mujeres.