Tramo nororiental de la Depresión Penibética, fosa tectónica llena de aluviones, lecho mayor o llano de inundación, antiguo espacio palustre bonificado, vasta porción huertana de la comarca del Bajo Segura, Huerta de Orihuela famosa, el más extenso regadío histórico de la vertiente mediterránea española (200.000 tahúllas, Cavanilles, 1795; 22.360 ha), la Vega Baja se adscribe de pleno derecho a la seca Región climática del Sureste Ibérico. Ello supone precipitaciones escasas (Orihuela, 297 mm), irregulares (rogativas "pro pluvia" y "pro serenitate") e intensas; con casi 3.000 horas de sol anuales, la evapotranspiración potencial triplica con creces la precipitación anual media: corolarios obligados son déficit hídrico y aridez. Martín de Viciana (1538), al referirse a la ciudad de Orihuela, capital entonces de la Gobernación Ultra Saxonam, incluía este, en apariencia, críptico retruécano: "Llueva o no llueva, trigo cogen en Orihuela"; obviamente, aludía a la disponibilidad supletoria para riego de los caudales de base del Segura.

Durante siglos, la derivación mediante azudes (de las Norias, de los Huertos, Almoradí, Callosa, Alfeitamí,€) de las aguas fluyentes del Segura, para hacer las cosechas menos inciertas, acrecentar rendimientos y diversificar cultivos, ha permitido la expansión del regadío y la mutación del llano de inundación en vega, si bien con las permanentes y preocupantes amenazas de sequías e inundaciones; enfrentar estos riesgos ha requerido lucha continua e inacabada, con actuaciones muy varias. Como afirmara Brunhes (1904), en el Sureste Ibérico "el agua es el bien por excelencia", al punto que, a diferencia de otras regiones climáticas, en esta el uso del recurso, lejos de restringirse a las aguas claras, perennes o vivas, ha incluido también el aprovechamiento de las turbias eventuales, así como la reutilización de aguas muertas, resucitadas para sucesivos ciclos de riego. Hasta la segunda mitad del siglo XX, los riegos de turbias constituyeron aquí insuperable testimonio de la tradicional y sabia adaptación al régimen pluviométrico indicado: fugaces mantos pluviales y crecidas relámpago, captados parcialmente por terrazas y boqueras, sin que faltasen asociaciones de ambos sistemas. Se buscaba evitar que en, breve período de tiempo, circulase, sin provecho alguno o con daño, por ramblas, barrancos y ríos-rambla caudales de vital interés para asegurar la cosecha cerealista. Los riegos de turbias fueron mantenidos, con esmero, hasta mediado el siglo XX; desde entonces el éxodo rural ha tenido funestas consecuencias para aquellos, que han sufrido un proceso acelerado de abandono y desorganización. Rotas las hormas y caballones, que retenían suelo y agua en las terrazas, crecen, en temible contrapartida, arrastre de suelo y coeficientes de escorrentía, aumentando así las llenas fangosas, que, esporádicamente, llevan ramblas, barrancos y ríos-rambla, con la práctica totalidad de sus antiguas boqueras, que ya no dispersan las crecidas, cerradas o abandonadas.

Peculiaridad de las Vegas Media y, sobre todo, Baja del Segura es la doble circulación de aguas vivas y muertas. En este último regadío el nombre de acequia se aplica a las acequias madres o mayores, que toman directamente sus caudales del Segura o reciclan los de azarbes; de ellas se alimentan las acequias menores o arrobas, y de estas los brazales, sangrados, a su vez, por las hijuelas. Papel esencial en la incorporación a la huerta tradicional de espacios a mayor altura han desempeñado históricamente las ruedas de corriente, norias, ñoras, azudas, aceñas o azacayas. En el siglo XX estos artilugios coexistieron ya, en la Vega Baja, con potentes motobombas, para la elevación y trasvase de sobrantes y aguas muertas. Con los desniveles reducidos de este llano de inundación, se empleó mucho en el medievo el riego de alhataras, algaidón o cigoñal, desaparecido ya a comienzos de la centuria precedente; en cambio, menudearon hasta la cuarta década, particularmente en la red de aguas muertas, las ruedas o ceñas de pie, ceñiles o bombillos, denominadas también azarbetas, porque era en este conducto donde se instalaban habitualmente estas pequeñas ruedas, cuyo diámetro no excedía el par de metros; para elevas las aguas muertas de la azarbeta a la parcela, las accionaba, en lugar de la corriente, el pedaleo extenuante del campesino; no cabe ejemplo mejor y más cumplido de esfuerzo humano para proporcionar riego a la tierra sedienta.

La red de riego se dobla y completa con otra de avenamiento o aguas muertas, que recibe "las espurgaciones, amarguras y salobres de las tierras", ya que, como afirmara Cavanilles, en este llano semiedorreico, el agua de riego "en llegando á la capa dura gredosa se embalsa, y causaría graves daños á no ser por los muchos canales o escorredores excavados para darle salida, y enxugar la tierra". La organización de esta red de drenaje es inversa a la que posee la trama de riego, puesto que el proceso no es de distribución y reparto, sino de integración y recogida. De ahí que la red de aguas muertas se inicie con los acueductos de menos capacidad o escorredores, a partir de los cuales se nutren, sucesivamente, azarbetas o landronas y azarbes menores, que terminan en azarbes mayores o meranchos. Los azarbes desaguan en el propio Segura, en otros más caudalosos o acequias. Subrayemos que los circuitos de avenamiento y riego, lejos de darse la espalda inconexos y divorciados, se enlazan y confunden cuando las aguas muertas resucitan y reviven para un nuevo ciclo de riego; como muestran, entre otros cauces, las Acequias de las Puertas de Murcia y de Mudamiento o los Azarbes de Mayayo y de la Reina. La reutilización de aguas muertas en la Vega Baja es práctica inmemorial, prolongación del riego con aguas vivas.

Cuando se contempla el inverosímil y casi milagroso ensamblaje de las redes de riego y avenamiento, sus ajustadísimos encabalgamientos en un llano de planitud casi perfecta, sin apenas declive; y, con ello, la tutela de esta grandioso edificio hidráulico por los Juzgados Privativos de Aguas, olvidados, por puro desconocimiento, en alguna Declaración de Patrimonio de la Humanidad, se llega, obligadamente, a la conclusión que determinado hecho histórico y cierto reconocimiento cabal distan, por completo, de revestir carácter fortuito o ser mera casualidad. Se trata de la elección de Alicante para dar a conocer, el 27 de febrero de 1933, en el desaparecido Salón Monumental, las "Directrices de una Nueva Política Hidráulica y los Riegos de Levante"; y ese mismo año, en las páginas del I Plan Nacional de Obras Hidráulicas, al encarecer la aptitud esencial de las tierras mediterráneas para riego, el aserto de que es aquí "donde se conservan los usos más antiguos, las tradiciones más vivas, las instituciones de riego más firmes, las prácticas más sabias, la mayor y más generalizada experiencia"; difícilmente podía tener en mente Manuel Lorenzo Pardo, a la hora de esta afirmación, ejemplo más acabado que la Vega Baja del Segura, fruto del singular esfuerzo de muchas generaciones.