El pasado sábado, 15 de febrero, en este mismo diario, se publicaba una tribuna del president de la Generalitat, Ximo Puig, titulada «Nos duele esa España. Hacia una transición territorial». En su tribuna, con tan «machadiano» título, el president exponía las cuatro cuestiones que piensa que necesitan ser afrontadas para resolver los retos más inmediatos que se le plantean a España.

Si el autor de la tribuna no hubiera sido el president de la Generalitat, el análisis me habría parecido impecable, aparte de algunas consideraciones ideológicas, en especial cuando alude al «dumping» fiscal de Madrid, que no es tal, sino una legítima opción de bajar o eliminar algunos impuestos dentro de las competencias que las comunidades autónomas tienen atribuidas. No obstante, el hecho de que ostente ese cargo hace que algunas de sus afirmaciones chirríen, especialmente si son leídas desde la provincia de Alicante, en general, y desde Elche y las comarcas más al sur de la Comunidad Valenciana en particular.

Me explico, para no parecer críptico. El president hablaba de la «necesaria descentralización del poder que acapara Madrid». En ese sentido citaba como ejemplo el hecho de que en Alemania las principales instituciones del Estado están repartidas entre diferentes ciudades. Efectivamente así es, pero cabría añadir que en la Región de Murcia, sin ir más lejos, las instituciones más importantes son compartidas por las dos principales ciudades, Murcia y Cartagena. Sin embargo, en la Comunidad Valenciana es la ciudad de València la que históricamente ha acaparado no sólo la sede de prácticamente todos los organismos públicos, sino también el grueso de las inversiones. Es cierto que esto ha sido así siempre, pero no lo es menos que se echa en falta que lo que el sr. Puig reclama para España no parezca ser igual de pertinente para la región que él mismo preside.

El segundo desafío al que aludía el president es el de la «España despoblada», haciendo especial énfasis en el hecho de que ese problema «no se cura con banderas ni con himnos» y que el problema está muy relacionado «con las injusticias que sufren agricultores y ganaderos». De nuevo, uno no puede estar más de acuerdo, pero si hablamos de las injusticias que sufren agricultores y ganaderos, cuyo himno y bandera es su duro trabajo, habría que analizar muy seriamente por qué la vecina comunidad de Castilla-La Mancha, gobernada también por el PSOE, está intentando cambiar la legislación que regula los caudales ecológicos del Tajo, lo que supondría la muerte del Camp d'Elx y de la Vega Baja, o por qué no se tuvo en cuenta al sector agrario antes de subir el salario mínimo interprofesional, por ejemplo.

El tercer «reto territorial» al que se refería el president era el de «un mayor reconocimiento emocional de la diversidad y pluralidad de España», añadiendo que hoy «a muchos nos duele (?) qué lugar se nos reserva (en España) si saludamos con un bon dia, bos días o egun on, o si habitamos en la periferia». Pues bien, la misma sensación tenemos los que vivimos al sur de la Comunitat Valenciana; esa sensación de que nuestra comunidad termina en La Safor y que da igual que saludemos con un bon dia, con un buenos días o con ambos de forma indistinta, como se hace en Elche, pues sabemos de sobra que el Cap i Casal es un agujero negro que todo lo absorbe.

Terminaba el president con una verdad de Perogrullo: que la Comunitat Valenciana es la peor financiada de todas las comunidades autónomas y que urge un cambio en el modelo de financiación por «justicia, igualdad y respeto». Creo que en este punto no sólo podemos, sino que debemos respaldar todos la postura de Ximo Puig, aunque de nuevo el president se enfrenta a las contradicciones de tener que defender, a un tiempo, su tierra y su partido político. Esa igualdad, justicia y respeto no se conseguirán mientras no tengamos absolutamente claro que las libertades y derechos, todos, fiscales, asistenciales, dotacionales, lingüísticos y de cualquier índole, no pertenecen a los territorios, sino a los ciudadanos individuales, y que esos derechos y libertades han de ser los mismos para un ciudadano de Leganés, de Sestao, de Sabadell o de Gandía, pero que también han de ser los mismos entre valencianos, vivan en Segorbe, en Torrent, en Orihuela o en Elche.

Si no conseguimos esa igualdad real entre españoles, y entre valencianos por supuesto, corremos el riesgo de encontrarnos en una paradoja similar a la de Alicia, la protagonista de las novelas de Lewis Carroll A licia en el país de las maravillas (1865) y A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871). En estas novelas, Alicia vaga por el país de las maravillas, un territorio fantástico y desconocido, encontrando a diversos personajes y pasando de una aventura a otra, mientras trata de orientarse para volver a su casa. Pero la salida del país de las maravillas no es fácil de encontrar; cuando Alicia le explica a la Reina Roja que ha perdido su camino, la Reina le responde: «no sé a qué te refieres cuando dices tu camino: todos estos caminos me pertenecen a mí...». Alicia intenta recurrir al sentido común para encontrar una solución lógica que ponga fin a su vagar, pero todas sus especulaciones sobre la posibilidad y la forma de regresar a casa se demuestran estériles. No hay un camino que le permita volver (o, cuando hay un camino, puede que éste tome a un mismo tiempo una dirección y la dirección opuesta), por lo que Alicia se pierde continuamente. Sale del país de las maravillas sólo cuando deja de soñar y despierta en el mundo «real».