Desde hace ya muchos años -décadas, diría- vengo sosteniendo que quienes más invocan a la verdad, quienes más dicen hablar en su nombre, quienes presumen altivamente defenderla, quienes se rasgan obscenamente las vestiduras apelando su condición de paladines de la verdad, son en realidad sus grandes enemigos; o lo que es igual: detestan la verdad con la misma intensidad que la proclaman. Por otro lado, nada nuevo, así ha venido siendo a lo largo de la Historia. Y no les importa de qué verdad se trate, manejan con el mismo miserable desparpajo, con la misma displicente soltura, la verdad histórica, la científica, la filosófica, la climática, la religiosa, la moral, la política, la social, la sexual o cualquiera otra verdad en la que puedan refugiarse como sus últimos y únicos custodios. De ahí su condición de férreos inquisidores, de impenitentes integristas: persiguen, anatemizan, proscriben, juzgan y castigan con indisimulado odio, con fanática perversión a quienes cuestionan la verdad por ellos y ellas proclamada. No soportan la discrepancia y, menos aún, que la verdad desnude su verdad. En paráfrasis periodística -escribimos en un periódico- no dejes que la verdad te estropee una buena noticia. Veamos dónde queda la verdad en diferentes noticias acaecidas últimamente en España (incluida Baleares, Vascongadas y Cataluña).

En una parte del norte de España -que el nacional-independentismo xenófobo y racista llama Euskal Herría y nosotros Vascongadas, por aquello de los vascos y las vascas- donde prima la excelencia de sus dirigentes, el buen gobierno, la eficiencia, el compromiso con la ciudadanía y el respeto por sus derechos y por la verdad, en Zaldibar, resulta que se les quema un gigantesco vertedero de residuos orgánicos e inorgánicos (vulgarmente llamados mierda) y, en vez de encarar el desastre informando a la población del peligro y los riesgos para la salud diciéndoles la verdad, su gobierno vasco y vasca empieza por decir que aquí no ha pasado nada, que eso es una vulgar hoguera de las vanidades y que no hay de qué preocuparse. Quince días después, desaparecidos dos trabajadores, incendiados los ánimos de la ciudadanía, con humos tóxicos y cancerígenos, y tras haber suspendido el partido de fútbol Éibar-Real Sociedad, tras todo ese caótico desastre de gestión, el gobierno vasco y vasca entona un solapado "mea culpa" y no culpa a España del desastre de puro milagro, aunque su nacional-independentismo rechazó la intervención de la Unidad de Emergencias del Ejército español por ser español. Eso sí, ahora la consejera de Medio Ambiente del Gobierno vasco y vasca pretende quitarse de encima la "mierda" de sus vertederos y trasladarla a... otras comunidades de España. ¿Dónde está la verdad de este desastre? Escondida en un vertedero lleno de mierda. Suma y sigue.

En la guerra desatada a raíz de que la vicepresidenta de Venezuela Delcy Rodríguez pisoteara España, solo hay, de momento, un claro perdedor: la verdad, como ocurre en todas las guerras. Ha tenido que ser un juez de guardia quien ponga las cosas en su sitio, auxilie a la verdad e impida que las imágenes grabadas por las cámaras del aeropuerto de Barajas (pequeña población situada en de Mongolia Exterior) sean destruidas y que la verdad desaparezca. Esa medida cautelar adoptada por el juez -que ve indicios de delito en este feo asunto- y que los cursis juristas llamamos "periculum in mora", le "suena extraña" a Juan Carlos Campo, ministro de Justicia, casualmente, también juez. Pero no le suena extraño al ministro las múltiples y contradictorias versiones que su gobierno ha dado al respecto. ¿Era tan comprensivo como juez el señor Campo cuando algún detenido daba tantas, tan grotescas e inverosímiles versiones sobre un grave hecho investigado? ¿Dónde está la verdad de este bochornoso asunto? Secuestrada en el fondo de unas maletas de la sala VIP de Venezuela; amordazada por el secreto que comparte Nicolás Maduro con nombrados dirigentes políticos españoles de los que, al parecer, guarda información privilegiada y posiblemente comprometedora. Suma y sigue.

Hace unos días conocíamos la aterradora y nauseabunda noticia de la explotación sexual de menores tuteladas en Baleares. El Diario de Mallorca publicaba que el pleno del Parlamento Balear rechazaba, con los votos de los partidos de la izquierda, crear una comisión de investigación sobre tan sórdido escándalo sobre esas indefensas víctimas menores de edad, cerrando definitivamente la puerta a que la Cámara balear investigue el asunto. Como siempre, ni luz ni taquígrafos para que así la verdad sea también víctima de estos repugnantes e incalificables hechos. Pero si lo dicho no les parece suficiente atropello a la verdad, si los abominables hechos acaecidos no les conmueven hasta en las tripas de la conciencia, resulta que el paladín de las causas justas, el abanderado de los débiles, de los oprimidos, de las víctimas del capitalismo feroz, de los menores indefensos, el ultra izquierdista Pablo Iglesias, llama fascistas a los diputados y diputadas que en la sede del Congreso, donde radica la soberanía nacional y la esencia de la democracia -no en la sede de un escrache- piden explicaciones y que se asuman responsabilidades sobre un tema tan odioso. Es gritar fascistas, y la verdad sale inmediatamente por la ventana para no volver jamás. Y olvida Iglesias, Pablo, el otro, que como decía Tagore, la verdad no está de parte de quien grite más. ¿Dónde está la verdad de este espeluznante e inmoral asunto? Oculta en los oscuros camastros de todas esas habitaciones del pánico donde supuestamente se cometieron las agresiones y los abusos sexuales a unas menores que estaban tuteladas.

Para entender por dónde quieren llevarnos cínicamente estos celosos inquisidores de su verdad y enemigos de la verdad, permítanme que haga referencia a una frase del mejor poeta romántico italiano, Giacomo Leopardi: "La felicidad está en la ignorancia de la verdad". Pues eso, sean felices, ignoren la verdad, que ya nos encargamos nosotros y nosotras de suministrarles a ustedes el placebo que la sustituye. Pero como va de poetas, me quedo con mi iconoclasta favorito en su "Saison en enfer", Arthur Rimbaud: "...y me será permitido poseer la verdad...". ¿Qué prefieren ustedes dos, la verdad o el placebo? A más ver.