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Derrotar al enemigo de nuestra democracia

El comunismo debe ser prohibido en cualquiera de sus denominaciones. Que esta ideología pretenda acabar con el régimen democrático de España, con su orientación europeísta, y ansíe ejercer un poder absoluto sobre las personas y sus bienes es natural; lo ha hecho siempre donde ha crecido. Lo que resulta el ridículo psicológico y social más completo es que haya españoles que no quieran vivir, de hecho, entre libertades y leyes democráticas, y que acepten sumisamente la presencia activa de representantes de la ideología más mortal que jamás hayan sufrido las libertades y las democracias. Solo el nazismo le es comparable en ruindad moral y afán totalitario. Y ambos son aliados comunes cuando de tiranizar y destruir la democracia se trata.

Una luna de miel, el pacto Ribbentrop-Molotov, de 1939, unió a Stalin con Hitler antes de que ambos depredadores apetecieran la misma presa. Pero que, en una supuesta futura España desgajada, los antipáticos nacionalistas vascos y catalanes pugnen con sus comunismos locales no nos importa ahora. Importa que, en la España aún unida y democrática, la alianza real entre Pablo Iglesias y los herederos de los racistas Arzalluz y Pujol coseche un definitivo fracaso. La actitud sumisa de la porción de españoles que aceptan un destino fatal para ellos y para los que, al contrario que ellos, no se doblegan, es tan sorprendente como absurda en una Europa que proclama con claridad que ambas ideologías amenazan aún a las democracias. En septiembre de 2019 el Parlamento Europeo, alarmado por el crecimiento de los populismos nazi y comunista, aprobó un importante documento: "La importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa". En él equiparan, como no puede ser de otra manera, ambos totalitarismos, aconseja combatirlos en todos los terrenos y destaca a aquellos estados europeos donde ambas ideologías y las actividades para promoverlas están prohibidas. La lista de las naciones que tienen ilegalizado al comunismo es larga.

Son 10 de los 28 miembros de la UE, con Alemania a la cabeza, las que defienden firmemente su convivencia y en todas ellas se trata de pueblos que han padecido la ruina y los exterminios causados por las recetas de quienes desprecian la vida y la libertad. Destacando a Alemania, vacunada democráticamente contra esos idearios, es alentador que sus leyes prohíban que personajes de ideología comunista accedan a trabajos y cargos públicos. La gran mayoría de naciones y civilizaciones que han sucumbido lo han hecho bajo la implosión de la economía, combinada o no con una agresión militar externa, o de un desastre natural. Las democracias son, hoy, boyantes, en comparación con el resto de los estados mundiales. En España, como en las demás democracias, no se presentan ninguna de esas condiciones. No hay, por tanto, razones asumibles para que haya una apuesta política que promueva una tiranía ruinosa e imitar, en Europa, a los regímenes de Venezuela, de Cuba o de la Bolivia del narco-comunista Evo Morales, felizmente derrotado.

Esos personajes, enfermizos pretendientes del poder total, adaptan el discurso comunista a nuevas e imaginarias banderas que dividan a los ciudadanos. La bandera de la lucha de clases ha quedado enterrada en el basurero de la historia, pero siguen fomentando atajos para imponerse a los demás. Han añadido nuevas fantasías de confrontación que, por insistencia suya y dejadez de quienes las escuchan, van haciéndose un hueco amplio. Imaginan perfección en dictaduras donde solo hay miseria y robo, enfrentan entre sí a territorios y sexos. Es su plan, y cuentan como clima a favor un hecho paradójico: las democracias basan su salud en la crítica interna de lo que está mal, de lo que no funciona, de lo que aún es injusto, siendo por ello los estados más justos y prósperos del mundo. Y que siga así. Pero, por darles la voz y el poder a quienes desean acabar con las libertades, se cuestiona y reprueba por completo a la misma democracia.

La española tuvo éxito reconciliando a los bandos de la Guerra Civil, pero, absurdamente, olvida defenderse. Los pueblos que, como el alemán, gustan de ser libres se vacunan contra el comunismo prohibiéndolo. España debe seguir ese camino. Delenda est comunismo.

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