Hace un porrón de años, cuando todavía podíamos ver la TV3, la televisión autonómica catalana emitió un magnífico reportaje sobre Alcoy. Era una completa descripción de la historia y de la realidad de la ciudad, que se adornaba con una serie de entrevistas cortas en las que las intervenciones de diferentes personajes curiosos de la vida local ponían la nota de color humano. Entre los elegidos estaba un viejo agricultor, que vivía en una masía apartada del casco urbano y que ejercía de pozo de sabiduría popular. Hasta aquí, la cosa iba bien. Sin embargo, el programa entró por unos derroteros inesperados cuando la bienintencionada periodista le preguntó a aquel hombre solitario por qué no se apuntaba a los viajes del Imserso y así conocía gente y veía mundo. La respuesta de nuestro protagonista rompió todos los esquemas: según él, estas excursiones para la tercera edad eran una operación secreta del Gobierno para reducir el número de pensionistas; un montaje letal, que consistía básicamente en despeñar unos cuantos autobuses de jubilados cada vez que andaba escasa de fondos la hucha de las pensiones. En tono de confidencia, el entrevistado no dudó en calificar de «sospechosa» la repetición de accidentes y cerró su minuto de gloria televisiva con una frase para la Historia: ¡a mí no me pillan esos tíos!.

Transcurridas varias décadas y caído en el olvido aquel chusco episodio televisivo (no había llegado todavía la inmortalidad eterna de las noticias virales), la filosofía conspiranoica de aquel viejo campesino alcoyano ha resucitado en el mismísimo Congreso de los Diputados. José Ignacio Echániz, un aguerrido parlamentario del PP experto en temas de gestión sanitaria, afirmó sin que se le cayera la cara de vergüenza que la Ley de Eutanasia es un diabólico proyecto de la izquierda, que lo único que buscar es ahorrar y reducir costes sanitarios. Aunque el clarividente diputado popular ha tenido la elegancia de no entrar en detalles, de su apasionada intervención parlamentaria cabe deducir que está firmemente convencido de que hay un siniestro plan bolchevique/chavista para darles matarile a todos aquellos desdichados pacientes de edad avanzada que le salgan demasiado caros a la sanidad pública.

Si se comparan estas dos intervenciones, se llega a una conclusión triste pero irrefutable: este país va a menos. El discurso delirante de un anciano tronado y dicharachero que se había pasado la vida trabajando en un bancal es asumido por un padre de la patria cargado de títulos universitarios, que no tiene ni el más mínimo problema en soltar un disparate de barra de bar en el sacrosanto templo que acoge la representación democrática de la nación. Si la exhibición de humor negro de aquel viejo campesino inducía a la risa y al comentario jocoso, la intervención del diputado Echániz, desesperado en la búsqueda de un titular impactante, resulta imperdonable y debería de haber provocado su inmediato cese y su amortización política por los siglos de los siglos.

Estaríamos ante una anécdota más o menos relevante, si no fuera porque el exabrupto del diputado popular es un fiel reflejo de lo que piensan del derecho a una muerte digna amplios sectores del conservadurismo español. Una peligrosa mezcla de motivos religiosos, de extraños conceptos éticos y de miserables intereses de rentabilidad política ha hecho que al hablar de la eutanasia nuestra derecha se haya situado en un territorio ideológico difícil de justificar. La muerte es un momento estrictamente íntimo y personal, buscar argumentos para negar el derecho básico a afrontarla desde la más absoluta libertad es una maniobra política forzada y artificial, que conduce a sus promotores a hacer piruetas intelectuales tan bochornosas como la que ha hecho el parlamentario José Ignacio Echániz.

Es duro constatar que nuestro país ha necesitado más de 40 años de democracia para iniciar la elaboración de una legislación para la eutanasia. Pero aún es mucho peor, comprobar que existen amplios sectores del arco parlamentario que siguen dispuestos a hacer una exhibición de frivolidad y de irresponsabilidad utilizando como mercancía política un tema tan sensible.