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Pioneras contra el "tú no puedes"

Durante la posguerra una bibliotecaria, madre de cuatro hijos, emprendió un proyecto que había de ser infinito; "agarrar todas las palabras de la vida". Gabriel García Márquez -que quiso conocer personalmente a esta mujer cuando ya era demasiado tarde- confesó que al enterarse de su muerte experimentó un duelo parecido al que se siente por un colega, porque el suyo era "un diccionario para escritores", así que es posible que si María Moliner no hubiera existido, "Cien años de soledad" sería una novela diferente. Moliner estudió Filosofía y Letras aunque decía que su oficio era zurcir calcetines. Esa confesión, tal vez irónica, sintetiza el destino de la mayoría de mujeres de su época, pero ella le hurtó al tiempo los años necesarios para reunir el compendio de vocablos más útil y divertido de la lengua castellana. Su Diccionario de uso del español rivalizó en popularidad con los de la RAE y quizás por esa razón los académicos la mantuvieron alejada de su círculo, que entonces aún estaba compuesto solo por hombres.

En 1934, tras la Revolución de Asturias, una maestra leonesa que se llamaba Ángela Ruiz Robles fue expedientada y suspendida de empleo y sueldo durante un mes por mandar cincuenta céntimos mensuales a un fondo de ayuda a las familias de sus compañeros presos. Afortunadamente el acoso de la Comisión Depuradora del Magisterio no le disuadió de seguir ejerciendo la docencia, porque de lo contrario ni habría ayudado a los huérfanos de un hospicio de Ferrol a encontrar un oficio cuando se hicieran adultos, ni sería la autora de una prolífica bibliografía didáctica ni habría inventado uno de los prototipos del libro electrónico actual.

Tras estallar la Guerra Civil, la pedagoga menorquina Margalida Comas, una de las dos únicas doctoras en Ciencias que existían en España en aquellos momentos, se exilió en Inglaterra. En Devon tuvo que suplicarle al director de un colegio que le dejara ejercer de profesora de Biología cuando sus numerosos éxitos académicos fueron desacreditados para la plaza por el hecho de ser mujer. La paradoja es que ese mismo centro fue precursor en educar a niños y niñas en un mismo espacio. Curiosamente en la época en la que ella desarrolló su actividad docente e investigadora, hasta los defensores de la enseñanza más progresista no se atrevían a defender una escuela sin género, que es algo más que la simple convivencia de ambos sexos en un aula; ella sí se atrevió, pero para ello tuvo que desmontar mucha moralina con la ayuda de la ciencia. Fue necesario que el feminismo se colara en este debate, porque las mujeres ya habían empezado a abandonar el fogón y los remiendos para incorporarse a las cadenas de producción de las fábricas, pero seguían sin pasar de la categoría de peón y desde luego no se les animaba a que fueran a la universidad.

La Historia va dejando un extenso palmarés de pioneras, que lo son no tanto por sus descubrimientos sino porque fueron capaces de emprender proyectos intelectuales en ámbitos en los que no se les esperaba, que les estaban vetados por tradición o por el poder, porque si las mujeres progresaban, el equilibrio patriarcal se iba al traste. Muchas tuvieron que cargar con el ultraje; Voltaire decía de Émilie de Châtelet -una brillante matemática y física francesa- que era "un gran hombre cuya única culpa fue ser mujer". Hay miles de biografías que demuestran que si las mujeres alcanzaron la cima del conocimiento fue a pesar de los designios, contra todo pronóstico, por su propia cuenta y riesgo. Empeñadas por una curiosidad eterna, exploraron los rincones del saber en busca de respuestas aún sabiendo que muy probablemente el mérito de sus hallazgos se lo acabaría llevando un hombre. Hoy, en un mundo distinto, las estadísticas sobre la brecha de género se empeñan en tratar de convencernos de que algunas vocaciones son irrealizables para una niña, pero lo que deben entender todas las científicas, inventoras e ingenieras que sueñan con serlo algún día es que el secreto de sus antecesoras es que nunca creyeron en el "tú no puedes" y desde ese día empezaron a romper el maldito techo de cristal.

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