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El mar

Si Dios existiera, desde luego no sería el Dios al que la diputada de extremísima derecha Lourdes Méndez pidió que perdonara a los que iban a votar a favor de la ley de eutanasia en el Congreso. Y si, como Longinos ante Jesús crucificado, llegara el momento en que tuviera que reconocer que, en verdad, ese Dios es Dios, desde ahora dejo dicho que de ese Dios quiero tanto como Espartaco quería de Roma: nada. Solo que me deje en paz, o que me condene a ese fuego del infierno que, según san Agustín, penetra hasta el alma. Pero no quiero su perdón porque, como tantos ciudadanos, yo también voté en el Congreso la ley de eutanasia aunque no estuviera allí.

Si no han visto la intervención de la piadosa diputada Lourdes Méndez, no pueden entender hasta dónde puede llegar la rabia, la ignorancia, la insensibilidad y las mentiras de los que ven la eutanasia como una especie de "solución final", una manera de ahorrar en gasto social o un pecado contra Dios. Seguro que en Trece tendrán la oportunidad de escuchar a Lourdes Méndez y al diputado del PP José Ignacio Echániz, ese hombre que dijo que el objetivo de la eutanasia es ahorrar costes con personas que son muy caras al final de su vida. Dejen de ver series en Netflix y dense una vuelta por las tertulias de Trece. Hay que dejar de poner cara de asco cuando nos enteramos de que en China comen murciélagos porque, como nos enseñó Marvin Harris, lo que es "bueno para comer" no se basa en la pura fisiología de la digestión sino en las tradiciones gastronómicas de cada pueblo y su cultura alimentaria. Nuestra mejor cara de asco debe reservarse para esos que pontifican sobre lo que es bueno para el alma aunque no sea bueno para el cuerpo y no perdonan a los que quieren ser dueños de sí mismos hasta el final.

Méndez y Echániz pertenecen a la tradición de los fanáticos que abominaban de la disección de cadáveres humanos, y seguro que habrían invocado el perdón de su Dios para el médico Nicolaes Tulp que, en el cuadro de Rembrandt, ofrece una lección pública de anatomía. La acción humana es capaz de transformar el medio natural, como en las Médulas de León, y también al propio hombre. Ya no somos esos animales de zoo que creó el Dios de Lourdes Méndez. Somos hombres. Y, en palabras de Espartaco, solo hay un camino para salir de Italia: el mar. Mar adentro.

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