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Despoblamiento

Uno de los más tristes privilegios de la edad es asistir al paulatino vaciamiento del entorno de uno. Podría incluso medirse en volumen real de los cuerpos que, al estar alrededor, nos ayudan a sostener la figura en el vacío, debido quizás al mismo juego de equilibrios gravitatorios que hace que nada se salga de su sitio en el cosmos. O bien podríamos pesar esos cuerpos que estaban y dejan de estar para dar valor numérico a la desocupación.

Sin embargo, lo realmente notable es que ese vaciamiento exterior nos vacía también por dentro, pues la densidad del recuerdo nunca es la de la presencia. Se trata de un vaciado metafórico que a veces se experimenta como la apertura de una oquedad casi física, un estrujamiento interior que a la vez que lo mete a uno en sí mismo lo hace responsable, en cierto modo, del tiempo y espacio que van quedando vacíos. La muerte de un buen amigo funciona así.

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