No es de izquierdas lo que abraza la nueva izquierda de este país renunciando sistemáticamente a defender lo que en otro tiempo sí defendió. No es de izquierdas, por resumirlo, sumarse a un relato ajeno y supremacista. Anna Erra, la alcaldesa de Vic que anima a hablarle en catalán a personas que por su aspecto físico o su nombre no parezcan catalanes, llegó al poder de la mano de los socialistas del PSC. PSOE y Unidas Podemos, socios de un gobierno supuestamente progresista, estimulan el diálogo con el separatismo como una solución al desafío soberanista y no tienen inconveniente en pactar concesiones insolidarias que perjudican a una parte de España en beneficio de otra. ¿Es eso de izquierdas? No existe otro lugar en Europa en que los partidos de izquierda se asocien o mantengan puntos de vista afines con los nacionalistas. Los nacionalistas, que en gran medida hunden sus raíces en la extrema derecha, son en esencia lo opuesto al internacionalismo que históricamente impulsó la unión de la clase obrera. La izquierda se ha apartado de la razón en marcha para incorporarse al disparate ideológico que encierra la reivindicación identitaria, el animalismo, el feminismo ideológico y la lucha contra el cambio climático. Una prueba de ello, como escribió Jordi Gracia, son sus tamborradas en Cataluña que en la actualidad arrecian por razones sectarias y en contra de la opinión general de los ciudadanos, faltándole al respeto a la solidaridad y a la idea de cohesión social que la izquierda debería defender. No cabe mayor confusión. Por si esto fuera poco, el socialismo democrático español, si es que todavía existe esa sensibilidad dentro del PSOE, se ha desmarcado de sus homólogos internacionales y de la UE al ponerse de lado de un régimen que viola los derechos humanos en Venezuela con el absurdo pretexto de que defiende unas elecciones libres, como si el resto de las democracias no lo hiciese.
