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El otro día me despedí a la francesa de una reunión y casi me despiden. Menos mal que pedí disculpas, en español, y me dijeron muy clarito que no volviera a hacerlo. Entonces dije adiós. Pero debería haber especificado que era un adiós temporal, o sea, hasta mañana. La confusión fue tan grande que propuse que no nos despidieramos en las reuniones así no habría que despedir a nadie. Con la ventaja añadida de que nadie tiene que buscar fórmulas de despedida incómodas. Es incómodo despedirse, no, no te vayas, hombre, la última y tal. Pero también es incómodo que te despidas y no te digan que te quedes, con lo cual para evitar una cosa y otra lo mejor es zas, desaparecer. Jopo.

Claro que no es lo mismo desaparecer sin decir ni pío (si eres pájaro es otra cosa) de un encuentro laboral, de una cita romántica, de una reunión de padres o de una noche de copas.

Despedirse es un arte. Hay quien se va y vuelve, quien se va y desaparece para siempre, quien se muere y se despide y quien muere por presentarse. Sobre todo en una fiesta. A mí una vez me despidieron y salí del trance casi dando las gracias al despedidor, un artista. No tardó él mismo en tomar de su propia medicina, ‘despedidItis complex’, podríamos llamarla. No me alegré. Soy mal columnista pero no mala persona. A todo el mundo lo han despedido alguna vez en este país. Salvo a Messi o Jordi Hurtado quizás. Al político se le despide cada cuatro años, en las elecciones. O eso nos dicen porque luego hay elecciones cada seis meses y vemos las mismas caras. Afirman los manuales de protocolo que es grosero irse después del postre o los licores. Que hay que esperar media hora. Lo malo es que si me ponen los licores ya no me voy. Y en no pocas ocasiones, una vez tomado el flan te preguntas ¿qué hago yo aquí? Entonces puedes ponerte nervioso, como un flan. Y lo tienes en el estómago. El flan. Lo cual, adobado con los licores te hace decir tonterías. Por eso es bueno dosificar las cenas. O despedirse del postre. No a los postres.

Dan tristeza las estaciones y alegría los aeropuertos. Como si en ambos no hubiera reencuentros y adioses.

En este breve tratado de las despedidas no me resisto a ensalzar la fórmula «no le entretengo». Supone que se valora el tiempo propio y el ajeno. Así que, hasta mañana. Salvo si saca usted los licores.

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