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Joaquín Rábago

Los caladeros de Vox

Publicaba el otro día El País un excelente reportaje con entrevistas a votantes de Vox que ilustraba perfectamente cuáles son y dónde están los caladeros de nuestra ultraderecha.

Las entrevistas, a personas de distinta condición - agricultores, autónomos, parados, alguna militar- mostraban, entre otras cosas, que la profunda huella que cuarenta años de régimen franquista han dejado en este país, incluso en muchos que no vivieron la dictadura.

Quiero creer que el reportaje, publicado en el suplemento dominical del periódico, habrá interesado, y mucho, a los estrategas no sólo de los partidos de izquierda, sino también a lo que llaman el "centroderecha" porque ofrecía una interesantísima radiografía de los votantes del partido de Santiago Abascal.

Pese a la inevitable idiosincrasia nacional, las quejas de los entrevistados se asemejaban en muchos aspectos a las de los votantes de los partidos de ultraderecha de nuestros vecinos: hipertrofia del Estado, abandono por la clase política de los primeros en sufrir las consecuencias de la crisis, desconfianza hacia las elites.

Se trata en todo momento de encontrar chivos expiatorios, siempre los más débiles y vulnerables como son los inmigrantes, a quienes los mismos que los explotan miserablemente en los tóxicos invernaderos de Almería, de Huelva o de Murcia acusan luego de abusar de los servicios públicos que pagamos todo los españoles con nuestros impuestos.

Colmo de la estupidez o del cinismo, uno de los entrevistados, tras quejarse de la competencia agrícola de Marruecos y del hecho, también real, de que "los grandes se vuelven cada vez más grandes", declaraba, sin pestañear al periodista que si los inmigrantes viven en inmundas chabolas, era porque así no pagan por el alojamiento.

Una militar echaba en falta "orden, seguridad y autoridad" como si sintiese nostalgia del franquismo, que con casi total seguridad no conoció directamente; otro se refería al "jaleo" - no es cuestión de matizar- de Cataluña" y decía pensar a veces que "sería mejor que volviese Franco".

Hubo quien repitió como papagayo el injurioso descalificativo de "feminazis" para referirse a las mujeres que reivindican, manifestándose en la calle, sus derechos..

"No soy feminista. No se puede meter a alguien en un calabozo sólo porque una mujer ha dicho que la han agredido", decía a su vez una médica de pueblo que confesaba haber votado esta vez a la ultraderecha al sentirse defraudada "en lo moral" por el PP.

"Vox dice las cosas como son. Lo que todo el mundo piensa y de una forma que se entiende", sostenía otro. En eso, nuestra ultraderecha se parece mucho al estilo que gasta Donald Trump y que tanto éxito tiene entre sus fanáticos seguidores.

Un parado residente en la zona del Mar Menor, últimamente noticia por una catástrofe ecológica fruto de la especulación urbanística y los pesticidas de la agroindustria, se quejaba de "esos que llegan en patera y hacen aquí lo que les da la gana, se aprovechan del sistema y no se integran".

Y, espejo también de lo que ocurre en Estados Unidos y otros países, afirmaba aquél no creer ya lo que dicen los telediarios, "que nos mienten" y preferir en todo momento - ¡pobre de él!- lo que le llegaba por Facebook y otras redes sociales.

Otro de los entrevistados hablaba de "la clase media obrera", a la que los políticos del PP han abandonado, agregaba que Vox era el único partido que escucha al pueblo y citaba las palabras de un dirigente ultra en el sentido de que "para crear riqueza, hay que bajar los impuestos".

No podía faltar quien se burlase de la activista sueca Greta Thunberg - "la niña del cambio climático"-, preguntándose de si quería "ir a Madrid en pollino". Ni tampoco, por supuesto, el partidario de la cadena perpetua y la pena de muerte porque no puede ser que el condenado coma toda su vida "la sopa boba". ¡Qué galería de personajes!

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