Datos de la Concejalía de Censo y Estadística del Consistorio torrevejense reflejan el aumento de los residentes procedentes de Rusia se sitúa como el segundo país con mayor número de censados en la localidad (4.806), seguido de Ucrania (3.053). Ahora vienen para beneficiarse de la buena climatología o a establecerse como inversores inmobiliarios, empresarios o trabajadores. En otras épocas venían con sus barcos a cargar sal se nuestras salinas, viajes no exentos de peligros y riesgos.

El 4 de agosto de 1886, varó en la playa de Ferrís el bergantín goleta ruso «Nonette» que, con cargamento de sal, se le abrió una vía de agua, no ocurriendo ninguna desgracia a su tripulación. También eran frecuentes los deterioros de la carga y las averías, como le sucedió a la fragata rusa-finlandesa «Carl Frederik», en 1895, capitaneada por Gustavo Eltel Luidotron, produciéndose, en una travesía a Torrevieja, graves daños causados por un temporal.

Uno de los naufragios, que ha que quedado recogido en las placas del fotógrafo Alberto Darblade, fue el ocurrido en 1912 a la fragata rusa «Albión», procedente del golfo de Riga. El 4 de octubre de 1912, amaneció nublado y con viento furioso y temporal en el mar en la bahía mientras se encontraban anclados un magnífico vapor de gran tonelaje y la fragata de procedencia rusa con cargamento de madera. Las olas se levantaron a gran altura y prácticamente todos los habitantes de Torrevieja acudieron a la playa, temerosos por la suerte de los tripulantes de la fragata. Las gentes de mar, viendo la situación, preguntaron por medio del telégrafo internacional de señales «si necesitan auxilio inmediato» y, tras un intervalo de espera, se izó en el buque una bandera que decía secamente: «No». Los habitantes, tranquilos, regresaron a sus casas y a sus habituales ocupaciones suspendidas para auxiliar al buque que creían en peligro de naufragio. El viento huracanado y la lluvia continuó, la fragata «Albión» rompió las amarras y fue empujada a la costa por las olas.

Picados los palos por la tripulación para defenderse del peligro cayeron hacia un lado, quedando desarbolada la nave. Desde la costa, no se pudo hacer uso del bote salvavidas por no disponerse de «carro avarador» para transportarlo hasta el lugar del siniestro, pensándose que la falta de preparación en la estación de salvamento de náufragos traería un día de luto. Y ese día parecía que había llegado haciendo sucumbir a aquellos catorce hombres. Las autoridades de marina, de carabineros, de aduanas, el alcalde y el inspector de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, junto a la práctica totalidad de la población de Torrevieja se trasladaron hasta Ferrís para auxiliar a los marineros.

Entre tanto el «Albión» embistió, crujió el maderamen y se rompió la obra muerta de babor. Los doce tripulantes en unión de dos carabineros del puesto de Torrevieja, jadeantes y presa de un horrible pánico se cogieron a la obra muerta de estribor, único sitio del buque en la que se podía estar por la posición que guardaba. La gente desde la orilla, sin cañón lanzacabos, inútilmente les arrojó maderos y botes para que pudieran alcanzar la costa.

Llegó la noche sin amainar el viento ni la mar, muchos torrevejenses regresaron a sus hogares con los ojos llenos de lágrimas y suspirando por la salvación de los rusos y a los dos carabineros españoles. Las autoridades y los carabineros se quedaron en la orilla esperando el momento de salvar sus vidas. Los dos carabineros que estaban a bordo eran conocidos por todos, estaban casados y con numerosa familia.

A las doce de la noche, el temporal no decrecía; cuantas tentativas se hicieron fueron infructuosas. Lo que más impone era la oscuridad y el viento que imposibilitaba toda operación. Por fin, al llegar la luz del día 5 de octubre los catorce hombres pudieron ser rescatados con vida utilizando un bote de poco tamaño que tuvo que ser transportado hasta la playa de Ferrís.

Para solventar estos y otros incidentes de barcos rusos en travesías a Torrevieja, la población contaba con un cónsul de Rusia, Gerónimo Sánchez Barceló, en 1879, y un vicecónsul, Valentín Rodríguez Pumariega, desde el 12 de octubre de 1894. En época más reciente, Juan Chorover Sohlof, director de la Sección Química de las Salinas de Torrevieja en los años treinta del pasado siglo. Nació el 26 de abril de 1872, en Odesa, a orillas del Mar Negro -en la actual Ucrania-, ciudad limitada con lagos salados, llamados «limanes», conocidos por sus barros curativos, por lo que Chorover era muy conocedor de las propiedades químicas de las aguas salinas.

Con personalidad y carácter excéntrico, residía en el paseo José Antonio, hoy Vista Alegre. Importantes fueron sus descubrimientos para la obtención de subproductos químicos de las salinas de Torrevieja, en los que se basó el proyecto de las factorías químicas que se construyeron a finales de los años cincuenta del pasado siglo en las Salinas. Como ayudante tuvo a Issac Grümholz Asler, también de Odesa, en donde había nacido el 25 de septiembre de 1890, hijo de Sansón Grümholz y de Sina Asler. Vivió en la misma casa, causando baja en la empresa salinera el 1 de enero de 1943, al ser traslado a las salinas de Almería. Juan Chorover falleció en Torrevieja, el 14 de agosto de 1943, a la edad de 71 años. En los siguientes días fue recogida por el Estado y la compañía salinera de su domicilio innumerable documentación relativa a sus estudios y hallazgos; ignorándose a día de hoy su paradero. Los restos del químico Chorever reposan en una modesta tumba en el cementerio de Torrevieja.