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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Esto de la globalización

Dudo de que en Hubei sepan dónde está la Comunidad Valenciana, pero lo mismo sí. No quisiera que este arranque sonara a humor negro

Reconozco que hasta que el coronavirus le declaró la guerra a la especie humana y a la industria digital, ignoraba que existía una provincia en China llamada Hubei, capital Wuhan, con casi 60 millones de habitantes. Dudo de que en Hubei sepan dónde está la Comunidad Valenciana, pero lo mismo sí. No quisiera que este arranque sonara a humor negro. No lo es. Pero no encuentro mejor manera de introducir un tema tan grave como apremiante: nuestras cartografías mentales siguen sin estar sincronizadas con las geografías reales del mundo. Estos días ando explicando a mis alumnos algunas cuestiones relacionadas con los derechos humanos en la globalización y aprecio que el bagaje con el que llegan de colegios e institutos a la Universidad, en esta materia, es bastante parco. Sobre todo su capacidad para establecer enlaces entre sucesos que parecen alejados es muy baja. No nos extrañemos: a los mayores nos sucede lo mismo. Es el primer problema: ¿cómo vamos a transmitir un conocimiento socialmente relevante si no lo tenemos? El segundo es que, tras 4 años sin dar clase, aprecio dramáticamente cómo ha crecido el déficit de atención causado por la dependencia de los dispositivos móviles -terminales globales- que segmenta la comprensión de las exposiciones. El tercero es que, en vez de hablar de estas cosas, seguimos enredados con la estupidez del pin pon parental, buscando respuestas ingeniosas a los descerebrados que lo defienden.

Hace falta una epidemia para ponernos enfrente de la globalización porque, entonces sí, la referencia abstracta se concreta en amenaza eficiente. El miedo es un animal muy poderoso. Más que cualquier virus. Con todo, no acertamos a discernir la complejidad de los caminos por los que tiene que viajar la enfermedad y no hemos decidido todavía si debemos ponernos a temblar, confiar ciegamente en que el aparato científico-tecnológico invente pronto una vacuna o frivolizar con memes. Todo sirve pues todas son respuestas culturalmente aceptables en tiempos de globalización. Perfectamente, a la vez, podemos rememorar imágenes apocalípticas del folklore europeo, saber que tenemos derecho a reírnos de todo si en el otro extremo de la red -infinita- alguien nos presta su risa como eco y no vacunarnos de la gripe estacional, que hay quien dice que lo de las vacunas no sirve para nada. Mientras, nos entretenemos sabiendo que el equipo de fútbol de allí era casi una filial de España, de la misma manera que la globalización consiste en jugar la Supercopa jaleados por turbios saudíes, en partidos transmitidos por gloriosos periodistas que interrumpen la narración radiofónica para hacer propaganda de casas internacionales de apuestas.

Pero he aquí que cuando la gravedad del suceso se va haciendo patente, la reacción de la mayoría de los residentes europeos en China es? volver a la madre patria. El paisaje y las sopas de la abuela tiran mucho, como si la globalización fuera algo provisional, una cosa rara en tiempos de incertidumbre. ¿Y cómo volvieron muchos a esta Europa algo quebrantada? Pues en un avión británico, el mismo día en que el brexit, repliegue puro, se hacía efectivo. Ya los sistemas públicos de sanidad harán lo que tengan que hacer aquí, que no es mala cosa que el éxtasis del neoliberalismo globalizado disponga de una retaguardia estatal a la que confiar los gastos de prevención y cura si algo viene mal dado. Por supuesto nadie es culpable. De verdad. Porque la globalización, entre otras cosas, es un sistema en el que se invisibilizan las relaciones profundas, lo que permite diluir la responsabilidad hasta que sea irreconocible.

A mis alumnos les pongo sucesivos mapas mundiales -flujos de llamadas desde móviles, inversiones en sanidad y educación, discriminación de las mujeres, tránsito de capitales?- y en todas aparece como el mayor peligro global la desigualdad, pese a que la globalización haya sido tan positiva para muchas personas. Lo que es seguro que los habitantes de Hubei van a quedar para años en la nómina de los perdedores, como las decenas de miles de muertos de malaria en el mundo o como los dos millones de niños españoles en la frontera -exterior o interior- de la pobreza.

Y por si acaso, los vencedores de la globalización, las grandes empresas, deciden suspender el macrosarao de Barcelona. No soy adivino, pero desde que la primera empresa anunció que no iría estuve seguro de que no se celebraría: ¿quién se atreve a no seguir una corriente establecida bajo los focos más rutilantes y que algún empleado o cliente se contagie? ¿Y qué va a pasar ahora? Unas pérdidas de más de 500 millones de euros y de 14.000 empleos temporales. Mal asunto. Pero muy probablemente no sucederá nada «estructural». Un responsable del festival ha dicho, con ese neolenguaje entre cursi y alienante que usan algunos CEO's metidos a sabios, que la epidemia es muy «disruptiva»? sobre todo para los muertos, me atrevería a añadir. Pero ya verán como el mercado de los productos disruptivos no se resiente de manera perceptible, y cómo los actos de presentaciones o similares se harán en otros lugares? sin temor a la epidemia, porque la concentración del terror quedará ahora relativamente exorcizada. Y es probable que no se alteren otras ferias: hay una lógica adecuada en congelar pudorosamente el mercado de artefactos que revelan la globalización ante el embate de una enfermedad con aire global. Para otros asuntos se impondrá el sentido común.

He aquí, pues, nuestro mundo, con su séquito de tragedias, parodias, avances e injusticias. Y todo eso en un mes. ¿Qué no pasará en arrozales, laboratorios y oficinas cuando no miramos? Lo más preocupante, ahora y aquí, en este rincón del planeta, es que no somos mínimamente conscientes de este laberinto, de los cruces de insalvables contradicciones. Encerrados en nuestro parque temático, disfrutando aún de un clima envidiable y de unas playas imperecederas, creemos que la globalización es algo que les pasa a otros. Que los peligros se conjuran no comprando bombillas de bazar chino y que ahora, en medio de tanta promesa cool circulando en las pantallas, bien nos merecemos ser otra vez un poco racistas. Ese es todo el protagonismo al que estamos dispuestos a aspirar. Aunque sea con mascarilla de papel reciclado. Malamente, tra, tra.

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