El miércoles leí una noticia de esas que te quedan resonando y dando vueltas en la cabeza durante días. En Corea del Sur han recreado un modelo de 3 dimensiones de una niña de 7 años fallecida para que su madre, a través de unas gafas de realidad virtual, pudiera reencontrarse con ella. La recreación de Nayeon (así se llamaba la niña) era capaz de interactuar, hablar y moverse y la madre tenía unos guantes especiales que le permitían tener la sensación de «tocar» a la niña. El encuentro entre la madre y su hija fallecida pudo verse en un estremecedor documental emitido en una cadena coreana.

¿Imagináis la cantidad de cuestiones éticas que podrían surgir con inventos de este tipo? Personas «dependientes» de estas gafas, que prefieran vivir conectadas a esas gafas toda la vida para seguir en contacto con su ser fallecido, no aceptando la muerte. Los seguidores de la serie Black Mirror seguro que entendéis la cantidad de consideraciones que hay que tener en cuenta ante el desarrollo de tecnologías tan potentes como esta. Pero otra de las cosas en las que pienso al leer la noticia es en la tendencia que tenemos las personas de intentar evitar los procesos normales de la vida, esforzándonos por encontrar maneras de conseguirlo.

Esto mismo nos pasa en cuestiones que afectan a la educación de nuestros niños. Vivir en la época más próspera de la historia de la humanidad lleva aparejado el problema de que nuestros niños cada vez son menos capaces de tolerar la frustración, de aceptar un «no» y de resignarse a no conseguir lo que quieren en este momento. Son incapaces de aceptar la frustración, y buscan constantemente maneras de escapar a través de las rabietas o de la agresividad. El caso más claro de esto lo podemos ver con el uso que algunos padres hacen de las nuevas tecnologías con sus hijos, utilizándolas como «niñera» o como manera de que el niño soporte situaciones desagradables.

En la sala de espera del dentista, durante una cena o en los trayectos en coche, recurrimos a la tecnología como una vía de escape del niño ante el aburrimiento. Sin embargo, «saber aburrirse» es importante para los niños ya que permite descansar el cerebro y favorece el proceso creativo. Creemos que estamos ayudando a nuestro hijo cuando en realidad le estamos perjudicando.

La frustración aparece cuando existe distancia entre lo que el niño desea y la realidad. Si queremos educar en la tolerancia a la frustración, los padres podemos colaborar con el niño en ajustar sus deseos de una manera más realista y acercándolos a lo que es posible que consiga, favoreciendo mayor autocontrol en el niño. La frustración en un niño es inevitable, pero otra cosa bien distinta es cómo esta frustración se maneja.

Cuando compramos al niño las nuevas zapatillas del mercado aunque las suyas todavía estén nuevas, cuando no ponemos límites en el uso de los videojuegos o cuando le damos la tablet para que no se aburra estamos transmitiendo a los niños la idea de que siempre hay maneras de evitar aquello que no nos gusta. El problema es que en la vida sucede muchas veces lo contrario: hay situaciones desagradables que hay que aprender a tolerar. Y enseñar que a veces las cosas no son como uno quiere es una de las enseñanzas más importantes que podamos aportarle como padres a nuestros hijos.