Limitar, imponer y prohibir, verbos de la situación Lo que parece ser que da sentido a ciertas formaciones políticas no es tanto la propuesta de un programa de actuación para al bien público, que se supone aceptable por una mayoría, sino más bien el atrincheramiento en un plan destinado a la eliminación del adversario y a la imposición exclusiva de otro plan diferente con la toma del poder. Programa que a veces ni existe como tal o, caso del momento actual, sólo consiste en echar abajo lo que hay e imponer un heterogéneo conglomerado de formaciones diversas, de izquierdas por lo general pero también separatistas, a las que sólo une el afán de aplastar al adversario, conquistar el poder y repartirse el botín. Lo suyo es limitar, imponer y prohibir… No se puede ser franquista, pero ¿es que queda alguno? El planteamiento no es concordante con las presuntas intenciones de los padres fundadores del régimen político en España, basado teóricamente en los tres poderes clásicos de Montesquieu. La situación entre nosotros ha llegado a ser como una invasión improvisada y cargada de prejuicios sobre los particularismos territoriales. La relativa victoria socialista -regalada por las tres derechas- ha causado una verdadera invasión tomando el rábano por las hojas ante la parálisis general. En la práctica, la pírrica victoria de esa mixtura de izquierdas, separatismos, radicales y oportunistas varios ha contribuido a poner de manifiesto lo que hay de ambiciones personalistas por encima del bien público. Favorecido por un arcaico sistema electoral que tuvo su sentido corrector en los albores de la democracia tras la dictadura. Después de todo, puede que al final de la escapada caigamos en la cuenta del primero, el mayor o acaso el único error cometido entonces por nuestros primeros padres de la Transición, cuando el buenismo general propició que, junto al previo desarme exclusivista del abanico de opciones políticas, comunistas incluidos, fuimos todos indulgentes con el afán de contentar a quienes por principio y naturaleza no se contentarían nunca: los separatismos vasco y catalán sobre todo. La condición humana es maleable y quien fue perdedor y apartado al principio, resultó luego el vencedor y ahora hasta dispuesto a compartir la primogenitura con quienes fueran sus oponentes radicales… que resultaron necesarios. La actitud prepotente y avasalladora de una izquierda radical dispuesta a todo pone en riesgo incluso a la propia Monarquía. La situación no pinta demasiado bien para la gente de orden. Tenemos una derecha blanda, pero sobre todo, dividida. Estamos a verlas venir, en función de la ficha que mueva el adversario.