«Cuando todo se acabe

y nadie nos recuerde,

cuando nuestra riqueza

sea solo nuestra memoria,

seguro que nos vemos en cualquier fiesta»

(La Mode, 1984)

Cuando a principios de los años 90, recién regresado de Madrid, me saltaba la última clase del turno de tarde en la Facultad de Derecho para irme a ver una película en los cines Astoria de Alicante, lo hacía con una mezcla de alegría e ilusión que pocas veces sentí durante mi juventud. Cuando llegaba con tiempo suficiente me gustaba entrar en el pub Cherokee a tomar algo. A veces me encontraba a Paco Huesca, fundador y dueño de los Astoria, bebiendo un bourbon sentado en un taburete al lado de la barra, en una esquina. Yo elegía una de las mesas para sentarme, pedía un refresco (no era un tipo duro como Huesca) y hacía un poco de tiempo antes de subir de nuevo por la calle Santo Tomás y girar a la izquierda en la esquina de los Astoria. Aquel recorrido lo hice cientos de veces, casi siempre solo y, sin embargo, cada vez que subía por aquella estrecha calle desde la Rambla de Méndez Núñez, siempre tenía la sensación de que iba a experimentar lo más parecido a la felicidad.

El pasado lunes se presentó en el Aula de Cultura de la CAM el libro Paco Huesca. Secuencias de una vida o una vida de película editado por la editorial Círculo Rojo, escrito a dos manos por Marc Llorente, crítico de teatro y columnista del diario INFORMACIÓN, entre otras muchas cosas, así como por el propio Paco Huesca. Intervinieron también Eloy Arenas y la cantante alicantina Rosa Spiteri. Resulta difícil hacer un semblante completo que abarque toda la trayectoria de Huesca en Alicante en los últimos cuarenta años. Hombre de cultura ante todo, no dudó en ponerse siempre de lado de las causas perdidas cuanto más perdidas parecían y cuando más personas se ponían de perfil. Su especialidad siempre ha sido la de incomodar al poder, sobre todo municipal, que nunca supo aprovechar ni remotamente el potencial que suponía Huesca para una ciudad de provincias como Alicante. Vendió su colección particular de objetos relacionados con el cine y por ahí debe estar, en algún almacén municipal. Espero que por lo menos esté bien embalada. El error de Huesca fue empeñarse en crear un museo del cine en una ciudad que siempre tuvo dinero para gastar en las Hogueras, para las corridas de toros o para sostener económicamente un club de fútbol al borde de la desaparición por deudas, pero no para la cultura. Si hubiese llevado su colección a cualquier otra ciudad le hubieran recibido con los brazos abiertos e inaugurado un museo del cine donde todos los actores, actrices y directores que conoce Huesca habrían ido a dar conferencias y a participar en encuentros cinéfilos y literarios. Los alicantinos se quejan mucho de que las inversiones públicas siempre se quedan en València, pero cuando tienen una gran oportunidad de atraer a inversores y visitantes culturales son incapaces de hacer nada. Pero eso sí, a restaurantes y pubs con terrazas no les gana nadie.

La vida de Paco Huesca no ha sido precisamente una historia ñoña de Hollywood con final feliz. Leyendo este libro, más la información que ya teníamos, nos lleva a afirmar que su vida ha transcurrido en una de las películas que yo veía en los Astoria en los años 90 en la que los protagonistas no lograban la victoria de las pequeñas cosas, pero sí la de aquella que da sentido a una vida: situaciones difíciles y duras, pero con finales que dejaban lugar a la esperanza. Dentro de algún tiempo, cuando sólo seamos memoria, alguien escribirá la crónica de la Alicante de finales del siglo XX. En ella, la mayor parte de los políticos que no supieron ver la importancia de Paco Huesca habrán caído en el más absoluto olvido salvo por la corrupción que se orquestó durante sus mandatos, mientras que Huesca formará parte de la memoria de la ciudad de Alicante.

Huesca estuvo amenazado por ETA. Huesca trajo a Alicante en los años 80 y 90 a escritores y actores y actrices de España y de fuera que si no hubiese sido por él no hubieran parado en Alicante ni para echar gasolina. Huesca se opuso al horrible Panoramis (qué razón tenía). Huesca era invitado a dar conferencias por media España, pero en Alicante se le llamaba «viejo decrépito».

Pero he comenzado hablando de mis tardes y noches en los Astoria. Cuando salía del Cherokee una creciente sensación de euforia se apoderaba de mí. Llegaba a su puerta y elegía una de las dos películas. Las dos eran buenas siempre. Compraba mi billete en la minúscula ventana a la entrañable tía Conchín y uno de los dos empleados que había en la puerta cortaba mi ticket por la mitad. Me paraba un par de segundos en medio del hall: en un lado, sentado en una silla alta, Paco Huesca hablaba con alguien y al fondo, en el sofá redondo, varias personas hablaban esperando que empezase la película. Cuando salía del cine, ya de noche, regresaba a casa demorándome en los escaparates mientras pensaba en la película que había visto, en sus diálogos y en mi deseo de querer vivir dentro de ella. No tenía amigos ni novia y, sin embargo, era muy feliz. Ahora lo sé.