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Matías Vallés

Ya no somos ingleses

Confieso que me sentía un poco británico, aunque solo fuera por haber leído las obras completas de P.G. Wodehouse. Ahora ya no somos ingleses, y también por tanto un poco menos europeos en cantidad y calidad. El Reino Desunido tal vez no es el primer país que uno hubiera deseado expulsar de Europa, pero habrá que pechar con las consecuencias. Por ejemplo, Shakespeare ya no es un autor europeo. El inventor de lo humano, en la definición de Harold Bloom, pasa a ser tan esotérico como Confucio. Más cerca, se rompe también el vínculo con los Beatles, un desgarro que equivale a arrancar nuestra biografía de raíz. El relato de esta erradicación disfrazada de emancipación es digna de George Orwell, otro expatriado.

Los titulares de despedida de la prensa de la Europa reducida, de Libération al Tageszeitung, estaban escritos en inglés. Suerte que Boris Johnson no se ha llevado también el idioma porque, en caso contrario, los europeos supervivientes no podríamos comunicarnos. La independencia es utópica en un planeta esférico salvo que gobierne Franco así que, hablando de países separados por una lengua compartida, el Reino Desunido emigra a los Estados Desunidos. Rinde así vasallaje al continente que quiso esclavizar.

Si no eres tú mismo, qué tienes para ofrecer a los demás, un rompecabezas que los globalizadores no saben desentrañar. Sin embargo, nadie está a salvo de la exaltación identitaria, cuando se ha derrumbado en ella un pueblo flemático, escéptico, desconfiado y que mantiene sus rutinas tras un atentado terrorista. Los distantes ingleses incurren en una puerilidad soviética, con estribillos tan fanáticos como "vamos a importar a los mejores", que excluyen de antemano a sus mediocres socios antiguos. No queda claro si Europa sobrevivirá a la fuga británica, aunque el coronavirus seguirá hermanando a los bloques divorciados.

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