Es fascinante observar cómo coinciden en el coronavirus de Wuhan la propagación y la propaganda. Se atribuye su causa a la tradición subdesarrollada de vender y comer animales exóticos y se le contrapone el desarrollo tecnológico de levantar un hospital de 1.000 camas en 10 días.

El problema es microbiológico y la respuesta, macroconstructiva. A la espera de la solución que dará un microscopio, que ve desde muy cerca las cosas muy pequeñas, se distrae la atención con un satélite, que ve desde muy lejos las cosas grandes.

El aplanamiento del terreno por una multitud de palas excavadoras en plano cenital funciona visualmente como un ataque antibiótico al coronavirus. Ofrecer la construcción del hospital en esa cámara rápida que resume en 60 segundos los 10 días con sus 10 noches, es combatir lo vírico con lo viral, el miedo a la propagación con propaganda tranquilizadora.

Los avances científicos son secretos y no se pueden editar así, pero se puede desviar la atención a una exhibición de potencia organizativa que le dice al mundo que a China no hay quien le tosa ni con neumonía de Wuhan. La carrera en la lucha contra el virus puntiagudo que se incuba en 5 días es un hospital prefabricado que se levanta en 10. Brotarán más hospitales contra el brote. Responder al reto epidémico mundial del coronavirus haciendo un hospital en 10 días para Wuhan es como tener tos y rascarse los cojones.

En 10 días, con información continuada, cierta y desproporcionada se fabrica una psicosis planetaria. Una dosis de campaña de alerta epidemiológica y otra de arquitectura sanitaria de campaña y las mil camas sirven para mil enfermos y para 7.545 millones de humanos que se van a dormir más tranquilos por algo que no debería ponerles tan nerviosos.