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Manuel Alcaraz

Tribuna

Manuel Alcaraz

En memoria de José de la Casa

En la memoria de Comisiones Obreras, en la memoria del socialismo, en la memoria de unos campos y de una ciudad

A José, se me hace difícil dirigirme a ti sin percibir tu impaciencia. Siempre consideré que el tiempo se te hacía corto, que tu voluntad de dominar las injusticias y la sinrazón no cabía en las horas pequeñas que a los humanos nos han sido dadas. Si rebusco en el tiempo no encuentro el minuto en que nos conocimos, pero toda una época se abre en mi recuerdo, como se abre en el de decenas y decenas de compañeras y compañeras: el tiempo de manifestaciones esperanzadas, de banderas presurosas, de mañanas de mayo lanzadas contra las malas noticias, de asambleas tediosas, de noches electorales en las que las papeletas casi nunca premiaban los esfuerzos de tantas buenas gentes. Pero el tiempo, también, de ironías compartidas, del relato de las cosas de tus hijos, del dibujo suave de las tierras de miel de tu niñez; el tiempo de las convicciones insobornables, el tiempo de las victorias imprevistas, de huelgas satisfactorias, de risas que se te escapaban de la humanidad tremenda de tu bigote, de las chispas cómplices de tus ojos cuando contabas algún chascarrillo. En el fondo las décadas de luchas diversas te hicieron más inocente, te plegaron hacia un mar delicado de promesas que quizá no esperabas ver cumplidas, pero que justificaban una vida.

Con el regalo de tu vida creaste y recreaste el hilo largo y casi siempre complicado de los combates por la igualdad, por la igualdad del genero humano, agrupado en alguna internacional de la justicia. Marx escribió que «Los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado». Me imagino ahora reflexionando juntos, con tantas otras y otros, sobre esto, y nadie podría negarte categoría de maestro: tu trayectoria fue una guía para que, colectivamente, fabricáramos, edificáramos nuestra propia historia, sin tomarla prestada, sin resignarnos a las heridas sufridas por las noches oscuras de los siglos. En este tiempo en que la rapidez parece querer absorber todo, gente como tú, y tanto sindicalista entregado con pasión a una gozosa obligación moral, nos ofrece la perspectiva de cómo, sin prisas y con paciencia, los puños pueden abrazar y cómo los abrazos pueden alzarse sin cobardía.

Ahora has entrado en el amplio territorio de la memoria, para influir en la Historia por venir. En la memoria de los tuyos más próximos. En la memoria de Comisiones Obreras, en la memoria del socialismo, en la memoria de unos campos y de una ciudad. Aquí estamos esperándote con las pancartas abiertas. Seguro que tu recuerdo nos iluminará para pintar, cada vez y cada vez que sea necesario, el grito rabioso junto al susurro enamorado.

Gracias José.

Hasta siempre y ¡viva la clase obrera!

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