La noticia de la muerte de una mujer joven, porque se es joven con 54 años, tras la última oleada de mal tiempo solo duró un día. El día que ocurrió y se dio la noticia. Como una muerte más que, aunque todas son duras, esta mujer no tenía una enfermedad contrastada. Ha muerto de frío, por no tener un sitio al que acudir y por estar durmiendo a la intemperie sin poder cobijarse de la temperatura, lluvia y temporal que azotó su ciudad ese día. La noticia es más dramática. Mucho. Porque saber que existen personas que no saben dónde dormirán esa noche, y tampoco si podrán desayunar, comer y cenar ese día, es un drama del que solo te das cuenta si somos conscientes de la real injusticia y desigualdad que existe. Porque si la hay, es en estos casos donde más se puede manifestar.

Personalmente, me estremece sobremanera ver a personas en estos días tan crudos con una manta echada por encima, y en cualquier portal que consideren que pueda ser apropiado y adecuado para protegerse del frío. ¿Protegerse? Debemos preguntarnos. Porque si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que en nuestra casa muchas veces nos quejamos de que hace frío o, incluso, si me apuran, por la calle. Pero sabemos que cuando queramos tenemos la opción de acudir a cualquier lugar, o a nuestra casa cuando terminemos nuestra actividad para encender la calefacción, resguardarnos bajo un techo o abrigarnos. Pero la esperanza o las posibilidades de los que no tienen dónde acudir es nula, cero. No existe alternativa posible a la de aguantar el frío cómo sea o cómo puedan y esperar a que venga el buen tiempo. Además, aunque por costumbre veamos personas de edad avanzada en estas condiciones no hay edad para sufrir así. Y cuanta más edad menos defensas y más necesidad de cuidados. Sin embargo, vemos personas de edad avanzada en situaciones que precisan de ayuda. Y ayuda urgente.

Recuerdo un viaje en el que vi a un chico que no tenía ni 15 años durmiendo en la calle y pasando la gente sin detenerse a preguntarse por qué estaba allí. Me acerqué y me dijo que no tenía padres y que no tenía donde ir. Le compré algo de comida de un supermercado cercano para ese día, porque sabía que estaba sufriendo. Me dio una pena enorme. Y sabía que no estaba mintiendo para buscar dinero. Estaba en la calle. Abandonado por todo el mundo. Sin nadie que le ayude, ni nadie a quien acudir. Pero eso solo fue una ayuda provisional. La siguiente cena, comida y desayuno dependía de que alguien le ayudara. ¿Qué iba a hacer con esa edad cuando los demás chicos como él están estudiando, con móviles y conexión a internet y una cama donde dormir? Pensaría él: ¿Y por qué yo tengo esto? Es terrible que esto pueda ocurrir, pero está ocurriendo, y la sociedad está acostumbrada a mirar para otro lado.

Por todo ello, cuando se habla de desigualdad, aquí nos encontramos con su máxima expresión, porque acabamos discriminando a las personas sin techo donde protegerse, y sin darnos cuenta, o haciéndolo y mirando para otro lado, que este hecho se da con muchas personas a las que vemos todos los días sufrir en la calle. Y muchas veces hasta con una sonrisa.

Las estadísticas dicen que entre 25.000 y 30.000 personas viven cada día en la calle, sin ningún lugar donde acudir, el 90% hombres. La estadística habla, además, de que la media de edad está en torno a los 40 años, lo que supone una edad media muy joven de personas que no pueden acudir a ningún sitio. Algunos casos, incluso, se trata de personas que tienen familia, lo que resulta dramático al quedar excluidos hasta de su propio entorno familiar que no pueden encontrar o, mejor dicho, no quieren buscarles un acomodo en su propia casa porque les molesta. Así las cosas, cuando se habla de discriminación o desigualdad, la existencia en nuestro país de muchas personas que viven sin un techo donde acudir es un auténtico drama nacional que debería considerarse, o reconsiderarse, a la hora de buscar soluciones a un problema gravísimo. La solución para darnos cuenta de la gravedad de este problema sería que pensáramos que algún día cualquiera podría ser el que está en ese lugar, o alguien de nuestra familia. La sociedad, que somos todos, debe tomar cartas en este asunto. Y cuanto antes mejor.