Habrán escuchado alguna vez la frase atribuida a Voltaire: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». Un espíritu que, a veces, parece haber muerto de tanto invocarla en vano. En septiembre, el profesor de la Universidad de Valencia Fernando Flores en el artículo ¿Que no debata qué? hacía una reflexión sobre la libertad de expresión y de debate en la Universidad, con motivo de la anulación de unas jornadas sobre prostitución en la Universidad de La Coruña. Las anulaciones y censuras siguen sucediéndose dentro y fuera de nuestras fronteras.

En diciembre, en un seminario sobre género organizado en la Universidad Pompeu Fabra, el profesor Pablo de Lora de la Universidad Autónoma de Madrid, no pudo impartir su charla porque un grupo de personas irrumpió en la sala repartiendo folletos en los que se le acusaba de tránsfobo y machista. Sus tesis defendidas en su último libro publicado y una entrevista en el diario El Mundo le han valido duras críticas. Recomiendo sobre el tema el artículo de Jose Luis Martí y Josep Joan Moreso. Esta semana hemos asistido a la polémica desatada por la invitación de la escritora y activista feminista Zoubida Boughaba por parte de la Consejería de Cultura de Melilla para presentar su libro de cuentos populares de mujeres del Rif, con motivo de la celebración del Yennayer, el año nuevo amazigh (de la comunidad rifeña). Zoubida Boughaba es originaria del Rif, vive y trabaja en Granada y es conocida por ser contraria al hiyab y por su defensa de una sociedad laica. Aunque acudía a un acto cultural, la Comunidad Islámica de Melilla emitió un comunicado acusándola de islamófoba y declarándola persona non grata, a la vez que se solicitaba la cancelación de la charla. Tras una primera anulación, fruto de los ataques y coacciones a la escritora, la charla tuvo lugar el lunes pasado. Quiero expresar mi apoyo a la consejera de Educación, Cultura, Igualdad y Festejos, Elena Fernández Treviño (PSOE) y a la diputada del PP en Melilla, Fadela Mohatar por su firmeza y templanza en este tema.

En Francia, la filósofa Sylviane Agacinski fue invitada en octubre a impartir una conferencia sobre El ser humano en la época de la reproductibilidad técnica en la Universidad de Bordeaux-Montaigne. El acto se anuló porque unos días antes, colectivos LGTBI+ llamaron a la movilización. Los motivos aludidos eran las opiniones contrarias de la filósofa a la gestación subrogada -vientres de alquiler- y a la extensión de las técnicas de reproducción asistida. Sylviane Agacinski ha sido partidaria del matrimonio entre personas del mismo sexo y es una militante de la igualdad entre hombres y mujeres. El editorial de Laurent Joffrin en Libération hablaba de censura pura y simple contraria al espíritu democrático, a las tradiciones del debate republicano y a la función crítica de la Universidad. También en la Universidad de Paris 1, en noviembre, el periodista y escritor Mohamed Sifaoui, conocido por sus tesis anti-islamistas, veía pospuesto sine die un seminario dedicado a la lucha contra la radicalización en el que se habían inscrito un grupo de imanes de la Gran Mezquita de París. Las críticas de asociaciones musulmanas, de sindicatos y hasta de colegas de la Universidad llevaron al rector a considerar que no debía realizarse de momento. Un título que se prestaba a equívocos y unos contenidos que algunos consideraban que estigmatizaban a la población musulmana están entre las causas de la protesta.

Hay temas como el aborto, los vientres de alquiler, la prostitución, la identidad de género, el nacionalismo, el independentismo, la religión, el terrorismo o la igualdad que están en la calle, que influyen en la política, sobre los que no hay unanimidad, y por tanto el debate se ha instalado entre nosotros, para escuchar, para contraponer argumentos, para garantizar el espíritu crítico y la búsqueda de la verdad. Se puede y se debe protestar contra una determinada ideología, pero no escrachar a una persona. Discrepar de las opiniones de alguien no puede llevar consigo la prohibición del uso de la palabra, la descalificación, la amenaza o el amedrentamiento. Quizás se aplica con mucha facilidad el sufijo -fobo/a con el contenido semántico que te afecta a cualquiera que no piense como tú. La libertad de expresión es incuestionable en democracia para un rapero, una escritora o un profesor que expone y argumenta sus ideas. La defensa de una sociedad libre implica escuchar a quien desafía nuestras creencias, a quien se encuentra en las antípodas de nuestros postulados y con quien discrepamos. Sólo el debate permite reafirmar nuestros argumentos y enfrentar a tu oponente a sus mentiras, intereses o sectarismo, si así fuese. Decía Montaigne, padre del espíritu crítico y amante de la conversación entre contrarios que es más provechosa la oposición que la similitud y que se aprende más por repulsión que por adhesión: «Cuando me contradicen, despiertan mi atención, no mi cólera: me adelanto ante el que me contradice, me instruye».

La crítica argumentada y el debate racional son los principios que debieran imperar en la Universidad y en otros ámbitos de la vida, como la política. Si crees que alguien que no piensa como tú es una enemiga de tu causa y debe ser silenciada, eres un fanático/a y un intolerante. Voltaire escribió en 1763 un Tratado sobre la tolerancia, a raíz de un hecho real: la ejecución de un padre protestante, Jean Calas, acusado de la muerte de su hijo al haberse convertido al catolicismo. En este tratado Voltaire critica el fanatismo y apela a la tolerancia entre las religiones. Sus ventas se dispararon en 2015 tras el atentado contra Charlie Hebdo. Se nos olvida que Voltaire mantuvo una constante lucha política e intelectual que lo obligó a vivir en Ferney, en la frontera suiza para evitar que lo detuviesen. Criticaba la Iglesia y el poder real. Su lema: tolerancia cero con los enemigos de la tolerancia y la libertad.