El año 2019 se ha caracterizado como el año de las rebeliones. Ha sido, para mí, un mosaico de revueltas en el mundo. El modelo de revolución del siglo pasado se ha acabado, pero siguen los deseos de cambiar la sociedad. Algunas revueltas podrían relacionarse más con reivindicaciones clásicas de la izquierda; otras, sin duda, con la derecha. En general, son movimientos populares que se inician a través de las redes sociales, son algaradas que no tienen un liderazgo visible o claramente definido y a veces con unos objetivos políticos difusos, pero que se han dado semana tras semana, durante el año que ahora ha terminado, y en los puntos más diversos del mundo. Creo, sin embargo, que tienen características comunes que voy a intentar analizar para tratar de desentrañar lo que está sucediendo.

Sigmund Freud habló de «El malestar en la cultura» para referirse a la represión que cualquier proceso cultural implica. Actualmente podríamos precisarlo más hablando del malestar en la política como una parte fundamental de la cultura. La cultura en sentido amplio son producciones e instituciones que distancian a los hombres de los animales y que sirven básicamente para proteger a la comunidad frente a la naturaleza, para regular las relaciones entre los hombres y fijar ideales de cambio y convivencia. Esa regulación, indispensable para el desarrollo de la vida en común, requiere de una autoridad que se establece a través del derecho, superando la fuerza bruta y la lucha entre individuos. La cultura es un proceso puesto al servicio de la comunidad y destinado a crear una unidad más amplia: desde la familia, las tribus, los pueblos, las naciones, los Estados, y ahora con la globalización las organizaciones supranacionales. Con las sanciones o la represión que el derecho supone no basta para mantener esa unidad; debe existir la vinculación de un ideal cultural compartido intelectual y sentimentalmente, y ejemplarizado en estilos de vida de personas concretas, líderes sociales, políticos o religiosos.

La pertenencia a una comunidad limita -reprime- las ambiciones individuales a través de las normas y del derecho básicamente; pero a cambio permite garantizar la seguridad del individuo y de las familias. Ninguna cultura es estática, ni en su modelo ideal ni en sus normas. Actualmente nos encontramos con que el ideal de nación es incapaz de responder en un mundo global que requiere una actuación supraestatal y multilateral tanto en ámbitos climáticos y de la naturaleza como en los sociales, económicos o políticos. Pero un ideal de organización política supraestatal genera inseguridad, miedo y angustia en numerosos sectores y se expresa como un malestar en la política, o como rebeldía, que en muchos casos reivindica la vuelta atrás a culturas nacionales -con Estado o sin él-. La nación, las naciones están fuertemente arraigadas en el ideal de los ciudadanos y en sus sentimientos. Las alternativas populistas y ultraderechistas buscan atrincherarse en los planteamientos ultranacionalistas. Es un ideal que comparten muchos ciudadanos; pero las comunidades supraestatales -como la Unión Europea- son un proyecto, un ideal cultural y por lo tanto político. Es una forma nueva de comunidad que para crecer necesita limitar las características de los Estados Nación. El ideal de comunidad supraestatal en la Unión Europea requeriría la presencia de líderes capaces de encarnar el proyecto como en su momento hicieron los fundadores de la Comunidad Europea la frustración de esta expectativa puede llevar a auténticas neurosis colectivas.

Difícilmente encontraremos una etapa, o una época, en la que esté tan generalizado la voluntad de la gente, de las multitudes, de contraponerse a las élites sociales y políticas de manifestar su distanciamiento o certificar su alejamiento de los dirigentes políticos, incluso de la política. Esta es una característica fundamental que limita la transformación de las revueltas en revoluciones y cambio político. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) viene recordándonos que para la mayoría de los españoles uno de los principales problemas de España son los partidos políticos, la política y los políticos en general, además de la corrupción. El tema no es nuevo, aumenta la población que piensa eso y hoy vemos, una y otra vez, denigrar la imagen y la actuación de los políticos. El «no nos representan». El malestar en la política es el malestar con el poder, incluso con el poder en las democracias, desprestigiadas por el fracaso del neoliberalismo económico, incapaz de dar respuesta al menos a nivel estatal a los problemas ciudadanos.