Un fetiche, según la RAE, es un elemento de culto al cual se le atribuyen determinadas cualidades místicas o mágicas. Comienza a implementarse la ley de plurilingüismo en secundaria (ya lo ha hecho en primaria, sin ningún contenedor quemado) y se sepultan debates pedagógicos necesarios sobre el aprendizaje de idiomas o la calidad educativa y su mejora, por sacar a pasear fetiches, cuando no polarizaciones interesadas y dañinas.

Esta ley ya nacía con un error pedagógico obvio para las zonas castellanoparlantes (ya señalado en su momento), como es el de implementar horas de valenciano vehicular, a la vez que se mantenía la exención de la propia asignatura del valenciano. La explicación de esto es, claro, que la exención es un fetiche, un "derecho" (aunque concebido como temporal) de las zonas castellanoparlantes a no cursar en la escuela pública la otra lengua cooficial, el valenciano.

Y es un fetiche porque viene de tiempos "míticos" (1983, casi cuarenta años y con la autonomía recién estrenada) y porque además no se ejerce -los datos en primaria y secundaria tienden a cero- hasta que tiene consecuencias materiales: la selectividad, donde evidentemente se parte en desventaja con las zonas bilingües de la Comunitat Valenciana y con la exención se resta un examen que puede bajar la media. Una actuación inteligente sería, por ejemplo, plantear medidas transitorias de eliminación de la exención como dar unos años a elegir si la nota en selectividad hace media o no, evitando así esta desigualdad, atendiendo a sus efectos reales y eliminando incoherencias en el aprendizaje. Prevaleció lo mítico y el miedo al "discurso de la imposición", cuando, sorpresa, éste siempre vuelve ya que ha calado por cuestiones históricas, instrumentalización constante y algún que otro sangrante error político. Obviamente, no existe un derecho a la exención del inglés ni a la de cualquier otra asignatura o contenido y nadie se plantea pedirlo.

Otro error, consecuencia de éste, es el de su implementación: no tenía ningún sentido que algún estudiante que había podido estar sin contacto con el valenciano, pasara a cursar alguna asignatura en esta lengua en bachillerato. Éste sí ha sido corregido por la Conselleria tras la reunión con los directores de la comarca para que empiece, de manera mucho más lógica, en 1º de la ESO del año próximo. Algunos no se fían de la palabra dada y piden más seguridad jurídica y haría bien la Conselleria en poner todo de su parte (sí, hasta una modificación legal de esa disposición) para garantizarla. Algo que también está en la ley, por cierto (Art.12), es el apoyo prioritario con profesorado adicional y planes específicos a centros de alumnado no valencianoparlante, algo que tampoco se cumple.

No obstante, salvo honrosas excepciones, las manifestaciones, declaraciones, posicionamientos y autobuses pagados, no parecen ir en la línea de reivindicar este cumplimiento o debatir sobre aspectos educativos sino de otras cuestiones más ruidosas y perjudiciales. Y se habla, por ejemplo, de "Cataluña", tema fetiche por excelencia en los últimos años, ya que para algunos/as, introducir un 25% de valenciano en el horario es, sin duda, el camino a "Cataluña". El mismo nivel de inglés imagino que nos llevaría a ¿Escocia? y en Galicia, con un sistema del 33% de cada lengua o 50% de gallego sin inglés, el camino dirigirá a algún otro sitio, igualmente peligroso.

Se habla, también, de la "libertad de elección", la libertad lo aguanta todo, especialmente en educación. Se está justificando con ella en otras comunidades el "pin parental" y la homofobia, porque la libertad enfocada como un menú a la carta, no tiene límites ni siquiera constitucionales. En un estado democrático con una escuela pública plural, no se debe garantizar -y no existe como tal- la libertad de los padres sobre la educación de sus hijos, esto habilitaría a cualquier cosa. Se debe garantizar su participación activa y, por encima de todo, la libertad de los hijos a liberarse de los prejuicios de sus padres, garantizando los derechos de los que aún no pueden elegir.

La "libertad" a no aprender en otros idiomas es difícil de comprender cuando años anteriores se reivindicaba un mayor uso del inglés o cuando ésta no viene amparada por criterios educativos (que ojo, los hay). Sobre todo cuando, paradójicamente, existen centros (muchas veces pedagógicamente dudosos) de bilingüismo o inmersión en los que los padres que sí pueden permitírselo gastan un dineral. Algo que responde al fetiche de la competitividad, la utilidad y, por supuesto, de identidad e ideología, que todos tenemos.

Porque también hay fetiches en el otro lado, no se crean. La Vega Baja es una zona castellanoparlante, hay una herencia del valenciano en palabras fundamentalmente asociadas a la huerta, hay una historia de Orihuela valencianoparlante como segunda capital del reino (en muchos casos desconocida) y, aunque la historia es importante, algunos la elevan a categoría de fetiche cuando invierten más tiempo en debatir lo que fuimos y no sobre lo que somos. Se habla reiteradamente de "cultura valenciana" sin incluir aspectos de la Vega Baja (ni siquiera a Miguel Hernández), y se abusa de sacralizar títulos cuando, en muchos casos, estos no responden al objetivo común (o debería) que es el de garantizar la cooficialidad efectiva: que un valencianoparlante pueda hacer su vida hablando su lengua, igual que ya lo hace un castellanoparlante.

La Vega Baja habla y se identifica con el castellano, cualquier otra cosa es hacerse trampas. Pero no se define por ser monolingüe, algunos quieren definirse por lo que no saben o por lo que aborrecen y es algo además de absurdo, limitante. Por suerte, no son la mayoría. La mayoría de la gente de la Vega Baja lo que quiere es ser tratada con respeto, sentirse valorada y atendida, un respeto, por supuesto, que siempre debe ser mutuo. Con más recursos, apoyo al profesorado, apoyo a los centros, gestos simbólicos y reales de acompañamiento y presencia constante, no visitas aisladas. Este año, más que nunca.

Lo que es evidente es que es imposible debatir, imposible mejorar e imposible respetarse cuando se renuncia a debatir lo concreto o simplemente se usa para la polarización capitaneada por los Cantó, la ultraderecha y los que pagan autobuses con dinero público para sacar rédito político. Cuando no se reconoce voluntad de entendimiento ni de avance. Por eso a muchos y muchas, no me los creo, por eso hace falta dejar los fetiches y debatir sobre mejorar nuestra educación tendiendo puentes y calmándonos todos un poco.