Los sentimientos siguen siendo los motores de muchos de nuestros comportamientos. La vergüenza es uno de los más expresivos en nuestra vida porque se entronca con la culpa, la deshonestidad y la amoralidad. Se podría decir que se encuentra en un continuo desde el vergonzoso puro que le gustaría ser invisible o que la tierra se lo tragara a cada paso que da en la vida hasta el sinvergüenza que no sabe que es tener ese sentimiento.

La sociedad tiene indicadores de vergüenza, la más usual es el rubor de las mejillas. Ponerse colorado en una situación embarazosa es común a casi todos los mortales. Pero sentir vergüenza va mucho más allá, porque consigue que evitemos a determinadas personas o lugares que nos abochornan, o que bajemos la mirada para protegernos del sofoco que produce en nosotros una persona determinada.

Las vergüenzas son muchas y variadas y, en ocasiones, particulares de cada persona, pero las que generalmente se activan en la mayoría están definidas por comportamientos internos y externos. Tendemos a sentirla cuando faltamos a la moral establecida, cuando somos parte integrante de un grupo señalado negativamente, cuando somos parte activa de una situación no deseada de la que no podemos escapar o cuando nos asaltan pensamientos contradictorios que nos hacen dudar de nosotros mismos.

Una persona normal y ajustada emocionalmente tiene que sentir vergüenza de todo aquello que se aleja de la norma social. Algunos ejemplos determinantes los podemos encontrar en algunas profesiones que las convertimos en vergonzantes o que las entendemos de forma equivocada. La más representativa es la política, que conlleva connotaciones negativas desde su raíz.

Un político prototipo ha de ser capaz de mentir sin sonrojarse, de contradecirse sin que le tiemblen las manos o de pensar de una forma y actuar de otra. Esta visión coincide con el sinvergüenza puro, que es capaz de llevar a cabo lo antedicho sin sentir el más mínimo atisbo de culpa o arrepentimiento.

El sinvergüenza es capaz de vivir en una burbuja que lo protege del mundo social. Los límites los marca a su antojo y no se siente en la obligación de restituir los males que haya provocado. Lo más curioso de este asunto es que siempre cuenta con apoyos de otras personas que coinciden con ese espíritu de sinvergonzonería, bien porque en el fondo también lo son o bien porque consideran que tiene privilegios por algún motivo. Vivir sin vergüenza es una necesidad humana, ser un sinvergüenza una atrocidad.