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Toño Abad

Fuego amigo

Toño Abad

Sánchez, Iglesias y la investidura

Hubo un tiempo en el que el Parlamento, sede de la soberanía popular, se pactaba y se negociaba con todos los grupos políticos, fueran de la clase que fueran y tuvieran la ideología que tuvieran. La política exigía consensos que, por su naturaleza, fortalecían la democracia. Hemos asistido a la sesión de investidura más dura de las recientes legislaturas, con reproches de una derecha rabiosa incapaz de aceptar el resultado de las urnas, es decir, lo que la mayoría votó. Ni los cien días le han dado a Sánchez para que ponga en marcha un nuevo gobierno y ya arrecian los ataques, en muchos casos infundados, sobre el nuevo ejecutivo de progreso. Es determinante que quienes tienen que llegar a acuerdos, hoy, no es la derecha. Entonces, si fuera ese el caso, la palabra, el diálogo y el pacto y no la traición, la felonía y el terrorismo, serían el mantra.

Y a pesar de todo PSOE y Podemos han alcanzado un acuerdo con más de un centenar y medio de medidas que, en muchos casos, redefinen el papel nuclear de la izquierda en el desarrollo y consolidación de derechos, así como en la redistribución de la riqueza. La posible derogación de la reforma laboral, la reforma fiscal y de la financiación autonómica, la mejora del sistema de pensiones o la puesta en marcha de políticas públicas que favorezcan la inclusión, eliminen la brecha entre hombres y mujeres son algunas medidas que llegan del acuerdo de gobierno y que, en su mayoría, son profundamente progresistas. La abstención de partidos políticos nacionalistas e independentistas, que en ningún caso constituye un voto favorable, ha servido para atacar al nuevo ejecutivo, incluso antes de nacer.

La política tóxica que ha inoculado la extrema derecha en las instituciones ha generado estas dinámicas partidistas y sectarias. Los discursos escritos y leídos desde el rencor, con esas connotaciones guerracivilistas, con el énfasis en el pasado -como si aquellas épocas pudieran ser ejemplo para alguien-, la enorme distancia entre los valores democráticos y lo que representan han alentado a una derecha de populares y ciudadanos que buscando el centro se han perdido en los extremos.

Y a pesar de todo se abre un nuevo tiempo en el que el diálogo ocupará el centro de la acción política, tanto para llegar a acuerdos como para garantizar la gobernabilidad de España. Malas noticias para quienes querían convertir la sede de la palabra, el parlamento, en una taberna para duelos y algaradas. Y buen comienzo para aquellos quienes entienden el parlamentarismo como el arte de llegar a acuerdos. Buenas noticias, en definitiva, para España.

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