En plena crisis económica, como la que vivía España por el año 1930, tras los dañinos efectos del crac del 29 y la Gran Depresión, llegó hasta nuestro país uno de los más importantes economistas de la historia invitado por la Residencia de Estudiantes, John Maynard Keynes. El propósito era dar una conferencia que tituló con el sugestivo nombre de Posible situación económica de nuestros nietos, en la que trataba de exponer su visión sobre el mundo en un siglo, para el año 2030. A punto de llegar a esta fecha, podemos reflexionar sobre ese mundo que pronosticaba Keynes como si fuéramos sus nietos, pero con la mirada puesta en lo que ya es un presente que se nos muestra repleto de incertidumbres.

Cuando se relee el discurso pronunciado por Keynes en Madrid hace noventa años, sorprende comprobar la vigencia de sus análisis en un mundo que tanto ha cambiado pero que mantiene muchos de sus problemas. «La depresión mundial reinante, la enorme anomalía del desempleo en un mundo lleno de necesidades, junto a los desastrosos errores cometidos, nos impiden ver la verdadera interpretación de lo que está sucediendo y nos impiden alcanzar la verdadera interpretación de los hechos», explicó con particular lucidez y vigencia Keynes ante el público que abarrotaba el salón de actos de la Residencia de Estudiantes.

Y aunque Keynes en su conferencia vislumbraba la posibilidad de alcanzar lo que él llamaba «felicidad económica», creía que ello dependía de la posibilidad de intervenir sobre cuatro variables fundamentales para el futuro de la humanidad, como son el control de la población, la determinación para evitar guerras y conflictos civiles, la disposición para apoyar el impulso de la ciencia por el bien de la humanidad y una limitación sobre la tasa de acumulación. Ninguno de estos puntos señalados como importantes para el futuro ha tenido una evolución favorable en las décadas siguientes.

El crecimiento demográfico mundial ha aumentado de manera imparable, especialmente en los países empobrecidos, generando importantes desequilibrios e inestabilidades. Pocos años después de su discurso tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial, el mayor conflicto militar global vivido, con un nivel de muertes, daños y destrucción nunca antes visto y desde entonces no han dejado de sucederse guerras y conflictos de diferentes intensidades por todo el mundo. Es verdad que los avances científicos han tenido un desarrollo imparable, mejorando la vida de las personas y su salud, pero también impulsando una carrera armamentística con una capacidad destructiva inusitada que succiona gigantescos recursos. Y, por último, lejos de limitarse las tasas de acumulación, su crecimiento ha alimentado los procesos de acumulación de riqueza más fabulosos que nunca se han visto, generando procesos de desigualdad mundial absolutamente escandalosos.

En todo ello, como señalaba Keynes, el capitalismo estaba en la raíz del caos económico que se estaba gestando, para lo que proponía un papel más activo del Estado junto a un control político de las decisiones económicas en el mundo. Así las cosas, señalaba que a partir de 2030 la humanidad podría haber solucionado sus necesidades básicas para pasar a preocuparse por otras inquietudes mucho más importantes hacia una sociedad mejor. Pero nada indica que esa nueva sociedad que John Maynard Keynes presagiaba sea hacia la que nos dirigimos, ni mucho menos.

Muy al contrario, vivimos una crisis ecosocial de carácter global que afecta a las bases materiales, sociales y económicas de la vida humana. Con una economía mundial estancada que ha sido incapaz de sanear un sistema financiero tóxico que se mantiene gracias a la generación de unos niveles de endeudamiento insostenibles, el trabajo se ha convertido en un espacio de precariedad e inseguridad donde los sueldos son cada vez más menguados y las condiciones laborales más frágiles, al tiempo que el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la crisis energética plantean serios interrogantes sobre el futuro. El empobrecimiento generalizado de muchos, junto a la pérdida de derechos y el desmantelamiento progresivo de servicios públicos esenciales están provocando, a su vez, un paulatino proceso de desposesión que se ha extendido a todos los países y continentes.

Al mismo tiempo, la precariedad económica, vital, laboral, social y existencial es la seña de identidad de nuestros tiempos, mientras las mujeres, que continúa siendo el soporte básico de la vida y de las familias, siguen estando discriminadas, maltratadas y violentadas hasta la muerte de muchas de ellas. Frente a todo ello, los poderes económicos y sus intereses se han convertido en los determinantes de la vida de las personas y han puesto a su servicio a las instituciones políticas, pasando por encima de la vida de la gente, como hemos visto con particular crudeza durante los años de la crisis en países como Grecia y España. Todo ello en medio de un proceso imparable de desregulación en coincidencia con el ascenso de un neofascismo que en diferentes países defiende abiertamente el racismo, la xenofobia, el sexismo, el militarismo y una violencia de formas distintas contra quienes no piensan ni defienden lo mismo que ellos.

Parece que el mundo que estamos dejando a los nietos de los que hablaba Keynes es muy distinto del que pronosticaba el economista, pero tomar conciencia de todo ello supone, también, trabajar con la esperanza de mejorarlo.