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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Que Dios se lo pague

Estaba recogiéndome para rezar por España, como han recomendado diversos obispos, cuando me asaltaron varias dudas. Tampoco es que me preocupara mucho: me pasa desde los 15 años, aproximadamente, en lo que puede constatarse el éxito de una educación cristiana. Pero la urgencia de la situación, quizá, me confirmara en algunas básicas convicciones. Si las encontraba. La primera interrogante se refería a quién debía dirigirme. Mis básicos conocimientos de teología me hacen saber que toda concesión de ayuda viene de Dios. También sé que los obispos españoles, desde hace siglos, tienen red social abierta con Dios, que les da al «me gusta» a cada cosa que dicen, sobre todo a las que tienen que ver con el sexo, materia en la que los prelados hispanos son unos virtuosos. Es más: los obispos españoles llevan siglos dándole órdenes a Dios. Por eso a España le ha ido siempre bien y es envidiada en todo el orbe. Pero no estoy seguro de que un simple mortal como yo, descreído por más señas, deba dirigirse directamente a Él, sin buscar la intermediación de un santo o, quizá, de la Virgen -aunque no esté proclamado el Dogma de María Mediadora de todas las Gracias, Ella, al parecer, manda mucho, en un celestial caso de nepotismo-. Y, en tal caso, ¿a quién elegir? ¿A la Virgen del Pilar, a la Inmaculada Concepción?, ¿y qué opinará la Mare de Deu de Montserrat, y Nuestra Señora de Aránzazu? ¿Me dirijo a Santiago y cierra España?, ¿no suena demasiado a Brexit? Pero hay mucho santo vasco y catalán? Un lío.

Mas siendo esta cuestión grave en punto a la credibilidad de la prez, más dificultad tiene todavía decidir el contenido intrínseco de esta. ¿Qué puedo pedir para España? ¿Que le vaya bonito? Sea. Pero miedo me da imaginar qué consideran los obispos que es bonito, y no lo digo por esas cosillas que a veces se saben. ¿Qué florezca la unidad? ¿Puedo pedir avanzar en un sentido federal?, ¿quién será el patrón del federalismo? ¿Y si deseara la República?... desde luego santos y santas de la nobleza los hay a capazos, no sé por qué, pero republicanos no. Al fin y al cabo, hay un Cristo Rey, pero no un Cristo Presidente. ¿Es pecado ser republicano y federal? ¿Debo rogar por una España ecológicamente sostenible o de eso no se han acordado los obispos, más preocupados en el crecimiento y la multiplicación? No sé.

Me siento confuso. Supongo que eso es lo que quieren los más obispos de los obispos: de la confusión surge siempre el miedo, y el miedo al infierno en el otro mundo, y aun en este, es su negocio, dicho sea según su etimología latina: la negación del ocio, que es casa de nefandos pecados. O sea, que si unos recurren al ruego como asunto de estilo, burocrático, de cumplimiento de lo que se puede esperar de ellos, otros aspiran más o menos a una adaptación moderada de los estatutos de limpieza de sangre y de un catolicismo militante, escurialense, en el sentido de ser fundamento de una España ya imposible. Y de paso confundiendo los privilegios con la libertad de enseñanza y asegurándose algunas ventajas fiscales.

¿Es que los obispos no tienen derecho a intervenir en los difíciles debates que atraviesan España? Sí. Derecho y aun deber. Pero si se empeñan en considerar a España como abstracción histórica, como alma mater vituperada por sacrílegos, si no entran en los debates sobre desigualdad, pobreza, violencia de género, reforma constitucional, cambio climático, integración europea? pues que no entren en otros. Se me dirá que sí hablan de todo eso. Sí: faenas de aliño, circunstanciales declaraciones mirando al tendido, opiniones de algún cura aislado. Lo militante se queda para defender su ética sexual -la económica se queda para otro curso-, sus colegios, su financiación y para proyectar luces que hacen recaer sobre la izquierda la sombra de su misma españolidad, jugando el juego de la derecha, incluyendo Vox. Que se miren la Historia, por favor, que luego se pasan décadas justificando lo injustificable.

A mí algunas opiniones e insinuaciones contra un Gobierno que no ha empezado a andar me recuerdan a una pintada falangista de la Transición: «Si España se quiere suicidar, ¡nosotros la salvaremos!». Estupendo. El problema es cómo saber que una línea política conduce al suicidio. Y, luego, cómo otorgar un carácter de mal moral absoluto no una medida sino al mismo Gobierno y a su línea estratégica. Dicho de otra manera: ¿cómo se atreven desde su evangélica humildad a proclamar esos males y, a la vez, decir que aceptan la democracia? La contradicción es tan flagrante que asusta.

Siempre que escribo de estas cosas acabo igual: ¡qué lástima que la potentísima Iglesia Católica -pese a su pérdida de militancia- no sea un factor de diálogo razonable y equilibrado ante los graves problemas culturales que atraviesan Occidente y España! Parafraseando a Unamuno: ¡que recen ellos! Y que no se tome como desprecio. Que tengan fe, que confíen en la Providencia, que no se empeñen en usar a Dios para que Abascal o Casado puedan insultar más a gusto. ¿Por qué no intentan, ellos, pastores, no tratarnos como ovejas. Iluminar sin cegar, bendecir más que maldecir y promover una paz madura en los espíritus? Que dejen de ser profetas de la desgracia y se hagan pordioseros de la palabra. Y que Dios se lo pague.

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