Cada 24 de abril, a eso de las diez de la mañana, el Embajador Moro llega a la plaza de España de Alcoy y se dirige a los defensores del castillo para exigirles una pronta rendición al bando de la media luna. Ante la evidencia de que las tropas cristianas se pasan sus peticiones por el forro; el tipo se cabrea, pierde hasta el último resto de sutileza diplomática y pronuncia con voz tronante unas frases apocalípticas, que ya forman parte del patrimonio colectivo de la ciudad: «¡Consumirá el incendio vuestras casas, devastará vuestros hogares ricos, todo será pavor, susto y espanto, desolación, saqueo y exterminio!». El texto grandilocuente de esta embajada festera es un maravilloso ejemplo de prosa amenazante y a pesar de que los alcoyanos nos lo sabemos de memoria, no podemos evitar que cada año al escucharlo nos afecte un cierto temblorcillo de acojono, motivado por la magnitud de los desastres anunciados por el iracundo mensajero de las huestes mahometanas.

No sé si los estrategas políticos de la derecha española han tenido el placer de asistir alguna vez a la Embajada Mora de Alcoy; pero lo cierto es que el discurso que han esgrimido ante la constitución del gobierno de izquierdas presidido por Pedro Sánchez empieza a parecerse cada día más al teatral parlamento festero del portavoz oficial de las 14 filaes moras alcoyanas. El combo integrado por el PP, Ciudadanos y Vox ha puesto a funcionar a toda pastilla la maquinita de las frases dramáticas y de las metáforas catastrofistas con la vista puesta en un doble objetivo: deslegitimar a una coalición salida de la aritmética electoral y meterles el miedo en el cuerpo a todos los españoles. El muestrario de amenazas es variado y escalofriante; se habla con absoluta tranquilidad de la destrucción de España, de la bolchevización del país y de la claudicación general ante el independentismo catalán y el terrorismo etarra. No hay límites para estos profetas de la hecatombe y algunos airados ideólogos del Madrid eterno ya han incluido en su vocabulario de uso diario conceptos como terror rojo, anunciando que lo del 36 no fue nada para lo que se nos viene encima.

Como la nobleza obliga, hay que reconocer que a nuestros partidos conservadores se les da muy bien lo de asustar a la gente. A base de muchos años de práctica, le han cogido el truquillo al asunto y cada vez que pierden unas elecciones se meten en una de estas violentas espirales verbales. Lo hicieron en 1993, con motivo de la última victoria de Felipe González; lo volvieron a hacer en 2004, llegando al delirio de relacionar a los socialistas con los atentados del 11-M y lo están haciendo ahora mismo, con un grado de virulencia irresponsable sólo comparable al de aquellas incendiarias soflamas editoriales de «El Alcázar» que precedieron al intento de golpe de Estado del 23-F.

Hay que subrayar, no obstante, que el uso abusivo de la literatura épica también tiene sus riesgos. Esta irreprimible tendencia a sacar a pasear todos los días a las furias del averno puede convertirse en un espectáculo ridículo a poco que funcione un Gobierno progresista de coalición. Si alguien tiene alguna duda al respecto, sólo tiene que recordar las brutales diatribas del PP valenciano contra el Botànic, cuyos efectos han sido más que discutibles, ya que han acabado con un retroceso de los populares, con una victoria electoral de Ximo Puig y con una reedición del pacto de izquierdas con Podemos incluido.

Volviendo al territorio de las Fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy, conviene recordar que la batalla teatral entre los bandos acaba cada año (así lo manda la tradición) con una inapelable derrota de los moros. Cuando cae la tarde del 24 de abril y mientras los cristianos celebran su victoria desde las almenas del castillo, el aguerrido Embajador Moro de la mañana se convierte en un personaje lastimero y siempre hay a su alrededor algún amigo con mala leche que le suelta frases del estilo «con lo sobrado y chulo que estabas esta mañana con el rollo ese del susto y el pavor? y al final, nos han vuelto a dar hasta en el carnet de identidad».