Como todo el mundo sabe a estas alturas, la comarca de la Vega Baja nunca hablará en valenciano, por más que se empeñen en que así sea tanto los «ciutadans» y «peperos» de la comarca como su ala progresista, o sea Vox, dado que este el único rincón de España donde la ultraderecha está a la siniestra, es decir a la izquierda del PP. Dicho esto, no hace falta que el «hooligan salinero», Joaquín Albaladejo, tenga que fingir sorpresa o indignación por lo que escribo, puesto que son la extrema derecha (PP y Cs) y la derecha extrema (Vox) los mayores interesados en que el gobierno valenciano, el Consell y la Conselleria de Educación, imponga algo, sea el valenciano -que no lo ha hecho-, o el chino mandarín como si impuso su colega Font de Mora, del que nadie en el PP quiere acordarse, con tal de tener razón. Con suerte, la Vega Baja tal vez hable el valenciano -ojalá-, pero no en valenciano.

Pues no, habilidoso ex diputado provincial, ex concejal, ex diputado en Cortes, ex de casi todo, que ya me acuerdo yo de usted aunque su partido no lo haga. Por más empeño que le ponga el ultra salinero y sus «amiguetes» como diría Torrente, la Generalitat que dirige el president Ximo Puig, a través del Pacto del Botànic, no tiene ninguna intención de imponernos el valenciano a los vecinos de la Vega Baja, ni hablado ni escrito, ni con calzador ni a empujones, por más que se desgañite Albaladejo o sus deslenguados voceros.

Si hay algo que nos une a los que vivimos en la Vega Baja es nuestra lengua, nuestro acento que no es murciano, ni valenciano, ni castellano, nuestros giros lingüísticos (basados en la experiencia de vivir aquí). Somos singulares en el hablar y en muchas más cosas, puesto que esa dialéctica es el fruto de nuestro modo de vida. Y todo esto es así, sin dejar de sentirnos valencianos. Y encima estamos orgullosos porque en todos estos matices hemos asentado nuestro orgullo de pertenencia. De hecho somos la única comarca que alardea de su conexión comarcal en toda la Comunitat Valenciana.

¡Fotre! Acabo de escribir la palabra Comunitat y no me han salido granos ni un sarpullido; y antes he dicho Botànic, president y Generalitat y sigo como si tal cosa. Lo puede intentar Albaladejo, Bascuñana o Dolón y que nos manden un selfie, a ver si les sale una erupción. Resulta chocante que sean los líderes históricos de la imposición quienes quieran convencernos de que son otros los que intentan imponer algo. Anclados en un reduccionismo trasnochado, que trata de convertirnos a todos en borregos rehenes a los que pastorear con su discurso catastrofista, vienen a darnos clases de democracia, de transparencia, de empatía y hasta de dar carnés de pertenencia a la Vega Baja.

La política lingüística y de todo lo que toca el PP o Cs, esa política que les tendrá sine die en la oposición, encaja a la perfección con la definición de Groucho Marx porque han constatado su virtuosismo en «el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar por fin los remedios equivocados». Y mira que es fácil, solo tienen que abrir su mente a la oportunidad de aprender varias lenguas; animar a los padres, a los docentes y a nuestros hijos a aprender nuevas formas de expresión. A enriquecernos y romper otro techo para mejorar nuestros canales de comunicación y, sobre todo, de comprensión hacia otros que solo tienen un modo distinto de decir las cosas que es tan cooficial, tan legal y tan legítimo como ese castellano directo y claro que hablamos y seguiremos hablando siempre en la Vega Baja. Y encima, todo esto, se puede hacer de forma voluntaria.