«Habemus Papam». Con estas palabras y asomado al balcón de la Basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono informa al mundo de que un nuevo Sumo Pontífice ha sido elegido. Antes de que el religioso pueda pronunciar dicha frase, cardenales de todo el mundo se han desplazado para reunirse en un lugar y un día señalado con el cometido de elegir al nuevo jefe del Estado Vaticano. A este ritual, que ha ido variando a lo largo de la historia, se denomina cónclave, palabra que proviene del «cum clavis» que significa «lo que se cierra con llave» o «bajo llave» y viene a hacer referencia al secretismo y al estado de aislamiento que sufren los cardenales mientras duran las deliberaciones y debates antes de elegir un nuevo papa. La «fumata bianca», la fumata blanca, anuncia que las deliberaciones han concluido y que en breve se podrá conocer el nombre del nuevo obispo de Roma. Los cónclaves, se sabía cuándo empezaban, pero nunca cuándo acababan. El más largo tuvo lugar en 1272 tras la muerte del papa Clemente IV cuando los quince cardenales electos estuvieron casi tres años, reunión tras reunión, sin conseguir llegar a un acuerdo. Los italianos de la ciudad de Viterbo, donde tenía lugar el cónclave, hastiados y cansados de tanta reunión infructuosa tomaron la determinación de encerrar a todos los cardenales en el palacio episcopal al cual le retiraron el techo y la de alimentar a sus señorías solo con pan y agua. Esta situación que se mantendría mientras no llegaran a un acuerdo, duró poco tiempo. Al cabo de unas semanas ya tenían sucesor y Gregorio X fue nombrado Papa.

«Habemus candidatum». Es a la conclusión que podemos llegar tras la fructificación de las reuniones entre los partidos políticos que concurrieron a las últimas elecciones generales llevadas a cabo el pasado mes de noviembre. ¡Ya tocaba!, ¡ya era hora! El pueblo español ha demostrado tener más paciencia que los ciudadanos de Viterbo. Hace ya un tiempo que nuestros políticos elegidos en las urnas deberían estar enclaustrados, sin sueldo y, si me dejan ser malo, al raso y a pan y agua; seguro que hace tiempo que ya tendríamos un gobierno. No es para menos, desde finales del 2015 con la entrada en política de Podemos y Ciudadanos, con la última victoria del pp capitaneado por Mariano Rajoy hasta la fecha han trascurrido cuatro años de los cuales dos y medio los hemos tenido con gobiernos en funciones. Ochocientos ochenta días con el poder Ejecutivo de una nación paralizado, sin realizar políticas estatales, sin aprobar presupuestos, sin proyectos de ley, ¡ya basta! Bastante tolerantes, pacientes y benévolos hemos sido.

Sin lugar a duda, con el cambio de década, en el primer cuarto del siglo XXI, en España se abre un nuevo tiempo para los políticos, para la política. Atrás quedó el tándem PSOE-PP, PP-PSOE. Es el tiempo de la dialéctica, de negociar, del ceder, del consenso. Se acabó el «o conmigo o contra mí», es el momento de poner por encima de los intereses partidistas los intereses de la nación, los intereses de los ciudadanos. Es el momento de hacer políticas de Estado. También es el momento del cambio. Ese ha sido el mandato de las urnas. Desde que finalizó la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero han transcurrido diez años. Diez años donde mayoritariamente las políticas españolas se han escorado hacia la derecha, también por mandato de las urnas. Ahora toca un cambio, un cambio de rumbo, un viraje a la izquierda de nuevo que si queremos que nos lleve a buen puerto solo debemos fijarnos y, por qué no, copiar a nuestros vecinos los portugueses. Portugal de ser «el patito feo europeo» ha crecido entre coaliciones, negociaciones y acuerdos, y con la mirada siempre puesta en la izquierda, se ha transformado en un bello «cisne» que nada tiene que envidiar a nuestra querida España.

Ya podemos asegurar que tenemos candidato, ahora toca formar gobierno. Precisamente por lo novedoso e inusual que pueda resultar este gobierno seguro que no estará exento de críticas y reproches y por no tener no tendrá ni los cien días de cortesía parlamentaria. No importa, con la formación de la nueva dirección del ejecutivo español las piezas del tablero quedan definidas; unos a gobernar y otros a vigilar y fiscalizar la labor de aquellos. Más vale que afinen nuestros políticos. Más les vale que sean meticulosos y celosos en el desempeño de sus trabajos. En estos nuevos tiempos, esta nueva forma de hacer política es muy desagradecida, es muy ingrata e insensible con los políticos que fracasan. Si no que le pregunten a un tal Albert Rivera al que seguramente las próximas generaciones lo recuerden como: «aquel novio que tuvo Malú».

(*) Antonio Ortuño Escarabajal es profesor de Secundaria.